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Democracia y regímenes de opinión
La democracia de masas sólo puede organizarse como forma de gobierno bajo alguna de estas cuatro configuraciones: como democracia representativa, como democracia asamblearia, como democracia plebiscitaria y como democracia de partidos.
Dado que lo que singulariza a esta forma de gobierno, exclusivamente ligada a las condiciones sociales contemporáneas (disolución de las estructuras fuertes de diferenciación social en el medio gaseoso de las masas urbanas carentes de definición de clase) es la fuente de su legitimación, la organización de la opinión de masas y su encuadramiento es la determinación clave de cada régimen político que depende para su legitimación de la opinión de masas. Todos los procedimientos de creación y consulta de esta opinión determinan a su vez el funcionamiento del régimen y lo definen en su esencia y en su proceso.
En todos los casos, la participación efectiva de la masa socializada, esto es, desestructurada, queda reducida a la identificación con el instrumento que realiza la intermediación entre el poder y la opinión. Sea el candidato individual, sea el partido, sea el comité de la Asamblea, sea el caudillo o jefe efectivo del Estado: en todos los casos, la opinión está constreñida en el límite que se le ofrece y se construye como mayoría en tanto que la iniciativa de constituirse como tal le es ofrecida en una determinada forma.
Estos regímenes tan sólo varían, por tanto, en la forma en que se presenta la elasticidad de la oferta. Todos los regímenes de las democracias de masas, en tanto que sujetos a la opinión indiferenciada, inerte y cambiante, de unas masas arrojadas a la escena pública bajo las reglas de un mercado político abstracto, artificialmente agitado por corrientes de opinión prefabricada, tan sólo pueden buscar la consistencia en la iteración y reiteración mimética de su principio: las consultas electorales, cuanto más frecuentes, más «verdaderas»; las variantes de la oferta, cuanto más plural, más demandada; la identificación con el jefe de facción, cuanto mayor, más exacto el reflejo de la opinión, etc.
Pues lo que vota en cada registro de una votación no es un ser real, el individuo de carne y hueso, con la constelación de sus relaciones y sus intereses, sino la fuerza pasiva de la mera opinión abstracta, reconstruida ocasionalmente en cada caso: el individuo abstracto que vota no es otra cosa que la opinión ya formada y por eso en estos regímenes de opinión de masas todo el proceso político aparente gira en torno a la formación, normación y reglamentación de esta opinión, pues su legitimación depende de un proceso de constante reacondicionamiento. Cualquier otra maquinación se da por añadidura. No se entiende nada de lo que realmente son los partidos políticos si no se entiende que su verdadera función consiste en llevar a cabo todo este proceso de abstracción y filtrado hasta reducir las pluralidades de interés a constelaciones de cantidades manejables a fin de construir la opinión en tanto que pura mimesis social declarada como válida para, una vez más, legitimar el poder, siempre el mismo y siempre distinto.
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Instituciones y opinión
La crítica del pensamiento de Antonio García-Trevijano debe comenzar por el planteamiento crítico sobre la organización de la opinión, cuestión a la vez obsesiva y del todo ausente en su obra. Por supuesto que el pensador español de lo político no ignora este problema metódico, pues sabe perfectamente que todo el aparato institucional de la forma de Estado y de la forma de Gobierno depende de cómo se organice la opinión con vistas a legitimar su funcionamiento efectivo en la vida cotidiana de los gobernados.
De nada sirven los principios formales a priori, es decir, la forma que tome el poder constituyente, el método de la representación, la puesta en juego calculado de la separación en origen de los poderes y la regulación de sus relaciones mutuas; de nada sirve la forma procedimental a priori, el distrito electoral uninominal, la elección a doble vuelta y el mandato imperativo y la capacidad de revocación por el distrito del diputado, si no hay una concepción y una práctica de la formación de la opinión pública, y eso es lo que falta en la obra teórica de Trevijano bajo el postulado de la «pureza» de un saber sin ideología, es decir, está ausente de su pensamiento nada menos que toda la sociología de la organización de la opinión, bien entendido que la democracia es exactamente sólo eso, la legitimación del poder por la opinión pública ya formada, desde arriba o desde abajo. Una vez desalojados del Estado los partidos políticos, en la hipótesis más favorable, ¿qué sucede con la opinión, cómo se crea?
Las masas, en tanto que objeto político moldeable por las técnicas de formación de la opinión, están completamente ausentes de la concepción política profundamente institucionalista de Trevijano, que sólo presenta como forma política institucional acabada y estática lo que en la realidad sociológica es el previo resultado del trabajo sobre esa misma formación de la opinión.
El sujeto político real es la opinión ya formada que decide las mayorías y no es nada más que el resultado de ese trabajo previo. La opinión mayoritaria es a su vez tan sólo el producto de una maquinación perfectamente organizada por una minoría consciente que se reparte el trabajo técnico en los aparatos estatales o privados de propaganda: medios de comunicación y partidos. ¿Cómo sustituir todo ese entramado de intereses, sino es destruyendo el régimen que controla los resortes de un Estado que les da cobijo?
El pensamiento de Trevijano es dueño conceptual, si se quiere, de lo constitucional y de lo institucional, y ahí se afirma su verdad histórica y teórica retrospectivas, pero se nos aparece a esta luz como completamente ajeno en la dimensión prospectiva referida al contenido fáctico de lo procedimental: enuncia la forma, pero obvia la materia sobre la que aquélla opera. Ahora bien, el modo como la opinión se organiza es la verdadera cuestión clave de los regímenes democráticos.