¿QUÉ RIQUEZA? (2019)

Cada época tiene su locura. La nuestra, por encima de todo, ama creerse la época de la riqueza. Otras épocas creían en la libertad, el honor o la gloria. Hoy es muy difícil vivir sin dejarse imbuir en esta simulación social. Y lo peor de todo: hay un «derecho a la riqueza», que es como decirle en la cara a un imbécil que existe un «derecho natural e inalienable a la imbecilidad».

Debes tener casa propia (hipotecada), un medio de automoción propio (a medio pagar), un trabajo cualquiera (bajo amenaza de desempleo, precariedad y/o pérdida de poder adquisitivo), una cuenta corriente (casi siempre en números rojos), o cosas así para ser estimado como un individuo normal bien integrado, medianamente exitoso, aunque tal vez terriblemente frustrado por no estar a la altura de tan alto ideal humanista.

Pero no es suficiente. Un chalet de mil metros cuadrados, un yate privado de treinta metros de eslora, un deportivo italiano de lujo, una sicav luxemburguesa a tu nombre como inversor mayoritario, sin duda, son factores que mejoran mucho tu imagen pública y, tal vez, no perjudiquen tampoco en exceso a tu autoestima íntima. Cierto que no todos pueden llegar tan lejos, pero el ideal es el ideal y el Dios de los ricos reconocerá algún día a los suyos.

En ninguna parte la riqueza ha significado más que eso: los signos de riqueza, es decir, los signos externos de estatus de cara a la opinión en cada caso dominante, eso es lo que socialmente se entiende por riqueza. Una forma exquisita de vanidad, a falta de un sentido más profundo de la vida, pero no debemos gozar en público de ese derecho a la crueldad puramente intelectual con nuestros semejantes.

Si tienes una vaca, un cerdo y una familia numerosa y además vives en el campo, aislado, sin electricidad ni agua corriente, peor aún, sin televisión ni internet, eres un desgraciado, un ser indigno, apenas un trozo medieval de humanidad irredenta.

La economía política es la salvación mundana para los hombres que saben que multiplicar las necesidades puede funcionar como fuente de un poder extraordinariamente refinado y sutil, un poco como la perversión sexual entre los libertinos del Divino Marqués es señal invertida de elección divina (es decir, demoniaca).

Nada como el hiperestimulante afrodisiaco de la emulación de estatus para que toda una sociedad se ponga a trabajar en no importa qué a fin de gastar no importa cuánto en no importa qué. Si al menos nos hubieran dejado el burro atado a la puerta de casa para no tener que soportar en nuestros propios lomos solitarios tan pesada carga como es esta presunción puramente simbólica de estatus.

Torre del Mar (Málaga), 28 de octubre de 2019

 

 

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