NUEVAS ELECCIONES PAPALES (2019)

Después de perpetradas las exequias fúnebres del anterior Anticristo, el colegio cardenalicio se reunió para decidir quién sería el digno heredero de las sinecuras de los sobrinos, las prebendas de los tíos, las abadías de los suegros, los títulos honoríficos de los bastardos y las revistas de moda de las barraganas.

Un anciano, desdentado pero glotón, se persignaba mientras, elevando mucho y artificiosamente la voz, “de profundis suspiravi”, declaraba con ira simulada:

-Vosotros, simoníacos, que vendéis los cargos de esta santa institución, andáis por las cuatro esquinas del mundo voceando lo mal que os trata la grey de Dios cuando de ella solicitáis el diezmo y los realejos por los servicios sacramentados, pero se os olvida decir en qué los empleáis. Y si es cierto que os imprecan de nefanda codicia y corrupción nepotista, achacadlo mucho más a vuestras faltas propias que a las de aquellos que os hostigan y calumnian y persiguen.

Hízose un silencio como si una verdad estadística hablara por su boca. Todos los príncipes de la Iglesia presentes pusieron los ojos en blanco, cruzaron las manos sobre prominentes regazos apenas varoniles y comenzaron a mover circularmente los pulgares, unidos en vertiginosa señal de desaprobación.

El más flaco, el que parecía alimentarse con mayor moderación y humildad, embutido como una lezna de zapatero en la rozagante ropa talar del morado principesco (color que dominaba aquel eterno refectorio pantagruélico para el ejercicio de un poder hastiado de sí mismo a pura fuerza de regurgitarse y volver a vomitarse en elección papal tras elección papal) no pudo sino conminar a la asamblea a una más perspicaz reflexión:

-Los protestantes tartufescos nos ofenden, los levíticos judíos nos ignoran, los intransigentes ortodoxos nos desautorizan y los bárbaros mahometanos nos agreden, ¿qué causa esta abominación universal? Yo os lo diré, y claramente, ahora: habéis convertido el dogma en Estado y dentro del Estado eclesiástico os habéis erigido en estamento privilegiado. Pero vuestro único poder real es el poder de Simón el Mago. Bien lo han aprendido de vosotros quienes tantas tachas os ponen y aun os superan, pues es bueno que el discípulo sobrepase en malas artes al maestro.

Y entonces una vociferante turba de réprobos blasfemó:

Interdictum a la Hispanofobia, interdictum a la Hispanofobia!

 

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