Catilina patinaba sostenido en una sola pierna sobre la superficie helada del lago de Como.
Marco Quinto Curtio dormía abajo con los ojos abiertos, pasmo de sorpresa ante la avalancha inimaginable de los elefantes de Aníbal, sueño póstumo con las caricias de la hetaira.
Tantas mariposas que abrían sus alas cuando caminábamos bajo los árboles de morera o esperábamos bajo la tienda la llegada del embajador del Imperio de Tsin.
La espuma envolvía nuestros cuerpos, para qué recordar esos días junto al Mar Tirreno, cuando Horacio regañaba a Leucónoe por consultar los horóscopos babilonios.
Y nosotros hemos envejecido, mirando por las ventanas las sombras entre campanarios de iglesias derruidas.
Demasiado hemos sufrido para obtener tan poca gloria.
Torre del Mar (Málaga), septiembre de 2019