El «análisis político» en España, incluso cuando se realiza un esfuerzo mental muy considerable y casi agotador, digno de mejor causa, se parece a la conducta de un enfermo imaginario. Éste, convencido de padecer un sinfín de males, duda no obstante de los diagnósticos de los médicos.
En el siglo XVII, en la época de Molière, un enfermo imaginario estaba justificado, porque cualquiera que fuese la dolencia, siempre había una cura: la sangría y ésta, en sí misma, era el anuncio de una próxima misa de difuntos, lo que el yacente no ignoraba. Pero, aunque la medicina ha avanzado, al parecer, muchísimo, e incluso es ya una honorable «ciencia», gracias al método experimental introducido por Claude Bérnard a mediados del XIX, el análisis político todavía no ha llegado a la fase experimental de una etiología objetiva.
Así que muchas dolencias de las sociedades se achacan a «cuerpos extraños», «conjuros», «sangre turbia», «humores acuosos o vítreos», «corrientes de aire fétido» y «palabras blasfemas»… o a las leyes torcidas y voluntades arbitrarias y caprichosas. Por supuesto, el médico pre-experimental, de modales escolásticos, que escribe las recetas en un latín aún más achacoso que su letra, nada tiene que envidiar al analista político español, cuyo vademécum es un anecdotario con ínfulas de «Summa» abreviada.
El analista político español ve antes sus ojos un cuerpo político muy enfermo, moribundo, que hiede de lejos, como se dice que apestaba Felipe II en su lecho de muerte, se rasca la cabeza, resopla varias veces cuando los allegados al pre-difunto le solicitan información y se limita a declarar: «La cosa está francamente mal, tápenlo cuando tenga frío y no permitan que beba agua entre comidas. Una infección, cuyo origen desconocemos, se extiende por este desdichado cuerpo y le provoca calenturas y vómitos. Retiren el orinal cada vez que esté lleno y no aspiren el aroma corrupto que les hará torcer el gesto de la cara».
Al «cuerpo político español» le pasa algo semejante. Nadie se preocupa por la etiología, la medicina de tipo holístico está prohibida o mal vista entre gente aposentada sobre posaderas bien asentadas, así que los chamanes toman el relevo de los modernos médicos experimentales. Para cada dolencia, una causa, es decir, una verdad a medias que es peor que una mentira entera. Pero de tomar en consideración la totalidad del cuerpo como organismo íntegramente disfuncional e inarmónico, líbremos Esculapio y el señor de Secondat.
Si la cabeza no rige y está vacía como bola rodante contra los bolos (la Monarquía como forma de Estado), si las extremidades están esclerotizadas y no pocas gangrenadas (organización del Estado en Comunidades autónomas), si el corazón bombea una sangre por arterias obstruidas por una sobreabundancia de colesterol malo (la forma de Gobierno), si los pulmones están resecos y osificados (el Parlamento), si en la córnea de los ojos las telarañas de las cataratas se han asentado como niebla perpetua (los medios de comunicación de masas), si el aparato locomotor y el sistema nervioso central están controlados por los reflejos de un cerebro lleno de tumores malignos inextirpables (la judicatura y el «poder judicial»), si hasta la facultad del habla sufre dislexias, anacolutos y ecolalias (el inframundo universitario y académico, Cebrián próximo Director de la RAE…), si…, entonces diremos, como buenos médicos, que «España se ha resfriado por el influjo del aire frío acumulado en los altos estratos de la atmósfera» y nada podemos hacer, salvo meternos debajo de una manta y sudar y pedir a mamá que nos haga un caldo de pollo bien caliente, aunque mejor de gallina, más espeso y sustancioso…