Sus padres habían muerto.
El montañés llevaba seis días vivaqueando junto al registro de propiedad. Le dijeron que sus ilegibles papeles no demostraban nada.
Faltaban un sello y una póliza.
No obstante, harían la vista gorda. Debía pagar el impuesto. Sólo una cuarta parte del valor de los bienes.
La cabra ya estaba vieja y la vaca tenía las ubres secas, pero la burra todavía se movía. En el mercado de abastos le prometieron que la división de los cuartos traseros de cada animal no sería dolorosa.
El montañés estaba alegre: le dejarían su perro lazarillo, pero sólo con tres patas.