El Estado de Partidos español mete la figura del enemigo exterior en casa. Los romanos, pueblo de extraordinaria sabiduría política, distinguían entre «inimicus» y «hostis»: el enemigo privado, como adversario, dentro del propio orden social y el enemigo exterior, extranjero, que venía «de fuera».
Estas claras nociones pierden sus perfiles nítidos cuando «lo ideológico» se convierte en el campo de lucha partidista y faccional como coartada para apropiarse de los poderes del Estado y volverlos contra una de las facciones contendientes. Ya las guerras confesionales de religión dentro de un territorio «nacional» en el sentido de los Reinos bajo los nuevos Monarcas Absolutos y Príncipes modernos apuntan a una grave quiebra que luego se reprodujo en términos sociales de ideologías secularizadas.
Ahora bien, sucede que en el contexto contemporáneo, al surgir las luchas de clases promovidas desde las posiciones de izquierdas en el ámbito primero puramente económico, luego social y finalmente político, la forma y contenido a través de los cuales se experimenta la percepción de la «enemistad» cambia muy sustancialmente. La designación del «enemigo de clase», del enemigo «ideológico», introduce los parámetros virtuales de toda «guerra civil»: el enemigo privado (las clases y sus ideologías pertenencen al ámbito de lo social) pasa a enemigo público (la lucha pasa a otro nivel o plano: el de la dominación instrumental de las instituciones estatales). Marx es el conmutador teórico de esta proposición en que consiste todo el mito de la «Revolución», Lenin es su conmutador práctico y ejecutivo.
Todo esto es bien sabido gracias a los brillantísimos y profundos textos del mejor Carl Schmitt. Desde el momento en que las diferencias se plantean en el terreno de las sociedades civiles burguesas y sus configuraciones de «derechos públicos y privados» (que se legitiman «racionalmente» sobre la base de una «universalización» muy discutible de sus fundamentos y contenidos, puramente históricos y muy «coyunturales»), la apelación a lo que el Otro de la facción adversaria tenga o no derecho es un juego dialéctico que apunta a la dominación política entendida como puro agenciamiento de aparatos represivos para la liquidación o acallamiento coactivo del contrario.
Dicho en otros términos más actuales: el Sujeto Concreto de la Enunciación del Derecho (el grupo en el poder) es al mismo tiempo el Sujeto destinatario universal del Derecho, y quiere serlo de manera absoluta y monopolista, porque su aspiración es la posesión de los poderes del Estado para desde ellos «acallar» a la facción o clase o partido adversario.
Toda la lógica del periodo zapaterista es una nota a pie de página a esta forma de entender el ejercicio del poder político, que por supuesto nada tiene que ver con la «democracia formal» y sí mucho con las formas de dominación en los Estados de Partido único, que en la España actual reproduce unas condiciones de dominación muy mejoradas, debido a las altas prestaciones que la ficticia «pluralidad» de partidos estatales introduce en el juego posicional.
Si este juego dialéctico se traslada al campo de las normaciones éticas, es decir, al vasto campo de las prácticas consuetudinarias, ahora deconstruidas por el puro positivismo normativo, como sucede en la actualidad, la lucha toma un nuevo cariz, y toda nueva apelación a las libertades y derechos presenta en realidad una simple veladura de una «voluntad de poder» faccional.
Los Estados de Partidos funcionan a gran rendimiento a partir de este tipo de planteamientos, dado que en esta especie estatal peculiar, las libertades no están sostenidas por la Libertad política colectiva, sino que son puras donaciones «gratuitas» de derechos revocables sin ningún fundamente real en un verdadero Sujeto o Grupo Constituyente que haya «creado» las condiciones de esa libertad.
Todo el que quiere dar un contenido sustancial, definido y delimitado a cualesquiera de esos derechos en realidad quiere erigirse en tal Sujeto constituyente, aunque para ello tenga obviar una parcialidad que expulsa a gran parte de la opinión social.
En esta clase de regímenes de partidos estatales además las luchas ideológicas son ficticias porque no ascienden desde las genuinas fuentes de las inquietudes espontáneas de la sociedad civil sino que son puestas en juego por artificiosas y burocracias profesionales de estructuras partidistas, por completo desligadas de tal sociedad.
En España hoy no puede entenderse nada de lo que sucede en la esfera de lo público-político si no se concibe la forma desarraigada, ahistórica, antinacional y antipolítica de la conciencia social y su fraudulenta reproducción partidista.
La Forma de Gobierno. como lugar estratégico de la lucha ideológica actual. “La organización de las formas de gobierno, los sistemas de gobierno en su terminología más clásica, es un fundamento esencial en la estructura política de un Estado. Y, al decidir por una u otra forma, se determina la existencia o no de una verdadera democracia”. (Javier Castro Villacañas, «La forma de gobierno es más importante que la ley electoral», DISIDENTIA, 17 de marzo de 2018).
Ahí está la clave del asunto. Los inspirados por Trevijano hacemos la opción del sistema de gobierno presidencial, supongo que cada uno por sus razones. En mi caso, está muy claro que la relación entre el Estado, como puro aparato procedimental, técnico, administrativo debe estar fuera del control permanente de los partidos, por lo que la única salida histórica es una forma de gobierno presidencial con unas características muy específicas adaptadas a la situación española, que es la única que debe dictar esas condiciones formales y no ninguna imitación de modelos extranjeros.
La experiencia del Régimen del 78 ha concluido y ya no sirven subterfugios: el Estado ha intentado y sigue intentado destruir a la Nación a través de uno partidos que, como tercero en discordia, necesitan, para subsistir como organizaciones burocratizadas de poder, apoderarse del Estado y neutralizar a la Nación.
El proceso secesionista no tenía otro sentido y respondía a esta lógica inmanente al funcionamiento de los partidos, dada su posición intersticial entre Estado y Nación, entre pura administración y sociedad civil administrada.
La discusión sobre el “parlamentarismo”, incluso reducida a la pura técnica de elección del poder ejecutivo encarnado en el Gobierno como factor estratégico que conduce el todo funcional unitario del Estado, no es anecdótica, es de hecho una cuestión de una profundidad que todavía apenas se ha planteado y que es la más vital para la supervivencia de España como Nación política independiente y como Nación estatalmente unida.
Porque en efecto, todos debieran saber que donde la Magistratura suprema, integrando Jefatura del Estado y Jefatura de Gobierno, limitada en mandato y revocable por diferentes procedimientos de garantía constitucional, no tiene un fundamento electivo directo, no hay en ningún sentido “democracia”, pues ésta es su definición máxima y la única posible. Y esto no es opinable ni debatible: es o no es.
El resto es “Parlamentarismo” en su versión más degradada y destructiva, la del Estado de Partidos. Pero es que jamás en ninguna parte antes de 1945 el parlamentarismo clásico de tipo inglés, modelo originario de todos los demás, fue reconocido como “democracia” por ningún teórico, sino que entonces, hasta el periodo de entreguerras, se sabía perfectamente que el parlamentarismo era una de las formas de prohibir y proscribir ya en la forma del sistema de gobierno cualquier tentativa de gobierno “democrático”, el verdadero horror de las oligarquías político-empresariales y de los grandes rentistas.
Castro Villacañas, siguiendo a Trevijano, lo explicó muy bien en su libro “El fracaso de la Monarquía”: el trasfondo histórico de la persistencia anacrónica de la figura del Rey en toda Europa entre 1789 y el presente es el impedimento que instaló la forma de Gobierno parlamentaria en toda Europa occidental, en vez de la forma democrática, por miedo a las masas controladas, supuestamente por las izquierdas obreristas, como “fuerza de choque” contra el orden social.
De ahí todas las extravagantes alianzas por la “estabilidad” entre forma de gobierno parlamentaria, monarquías y reformismos sociales varios, a cambio de la renuncia de los socialismos al mito irrisorio de la Revolución: las oligarquías de las sociedad civil y de la sociedad política aceptan todo antes que el gobierno democrático electivo directo.
Para acceder a los poderes del Estado y controlarlos, la forma de gobierno parlamentaria, reforzada e invertida por la partidocracia, es ideal.
El caso español es un objeto teórico modélico de esta verdad, que ya lo era en los años 20 bajo la República de Weimar, hacia cuyo horizonte caótico caminamos a pasos agigantados sin apenas percibirlo, por muchas señales difusas esparcidas ya por todas partes.
El Gobierno de los Ricos y la compasión estatalizada por los «pobres». Los ricos, y en general toda clase dominante verdaderamente capaz y orgullosa, no tiene ninguna «conciencia que calmar». Si la tuviera, dejaría de ser aquello que le permite ser. Cuando llega a ese momento, digamos «histórico», de evolución, es decir, cuando necesita justificarse y legitimar su «estatus», quizás suceda que ya no es clase dominante sino otra cosa muy distinta. Muchas experiencias históricas nos lo advierten.
El futuro de buena parte de las sociedades europeas, y de la española en grado de modelo vanguardista, parece ajustarse al concepto de lo que los estadounidenses denominan «poor white trash» (pobre basura blanca).
Apenas lo advertimos entre la hojarasca bien macerada de los anuncios publicitarios, pero hoy todo nos exhorta a acondicionar nuestro grado de conciencia social a este nuevo nivel de «desarrollo estancado» que alcanzaremos probablemente en un futuro que ya está aquí. En ese sentido, hemos devenido una suerte inédita de moralistas invertidos, es decir, con buen propósito aconsejamos asumir cuanto antes, por adelantado, lo que ya somos en los nada borrosos perfiles de nuestro próximo «llegar a ser» colectivo.
Además, tenemos el buen gusto de no llamarnos directa sino oblicuamente «poor white trash». Y, por mi parte, acepto el reto, porque parece evidente que el «eslabón débil» de la cadena forjada por el ya desmitificado mito europeo del Estado social y democrático somos nosotros, que ni siquiera percibimos lo que está pasando más allá de nuestras fronteras y cuando lo percibamos y reaccionemos, la cosa ya no tendrá solución, como tantas veces ha acontecido en nuestra historia contemporánea.
No permitamos que las clientelas electorales del Régimen hoy vigente gocen de una tranquila conciencia social tan retrasada, aquella con que el discurso melifluo y apocopado de nuestros benefactores estatales nos conforta y alivia.
Escena de una «lucha política» nada convincente. Todo deberíar estar mal, pero todo va bien. Yo padezco cáncer de pulmón, pero tú eres terminal de colon. Tú eres un corrupto al descubierto y todo el tiempo, yo tan sólo uno cualquiera que pasaba por ahí y a quien el partido de golpe se le llenó de malas personas.
Yo soy un manirroto, tú tan sólo un desquiciado. Tú exprimes a todas las clases con impuestos confiscatorios por deleite sádico y colectivista, yo tan sólo confisco con delicadeza a todo el mundo lo que es necesario al bien de la sociedad. Yo soy un delincuente atrapado en un cuerpo de político con traje caro, tú un miserable vulgar atrapado en un delincuente con camisa arremangada. Tú mientes cuando hablas, yo miento cuando callo. Yo no tengo ideas, tú estás poseído por malas ideas.
Tú eres apolítico, yo hiperpolitizado, pero nos entendemos bien cuando nos asignamos las subvenciones por las cuotas de los votos y nos repartimos las cuotas de pantalla y las cuotas en los órganos de la Justicia y en los consejos de administración. Tú te dejas la barba por higiene y espíritu caballeresco, yo por falta de higiene y desarreglo bohemio. Todo os debería ir mal, pero todo nos va bien. Ilusos.
Todo está en su lugar cuando todo es mentira. Y hasta cierto punto la mentira es necesaria, pero la mentira política generalizada y en sesión continua es efectivamente vomitiva.
De ahí quizás que todo huela tan mal en los medios universitarios y en los medios de comunicación de masas. Y dicen que circulan muchas “fake news”, pues que rebusquen en la Constitución española, el BOE, las gacetillas autonómicas, los editoriales de prensa, los artículos de opinión y las tesis doctorales de ciertas materias especialzadas del ámbito politológico (el nombre ya horroriza).
Reforma constitucional para «dummies». Con un poco de buena voluntad se comprenderá esta mínima verdad histórica subyacente a tanta propaganda: para los andaluces, catalanes, valencianos, gallegos, vascos, asturianos, manchegos, castellano-viejos, leoneses, mallorquines, menorquines, aragoneses, extremos, canarios, etc, en el fondo, ya se ha llegado a un punto de degeneración de la conciencia nacional que ya parece lo mismo ser gobernado por una corruptísima oligarquía local de partidos o por una corruptísima oligarquía «central» de partidos.
Quizás el siguiente paso sea percibir que de lo que se trata es de librarse de la presupuesta inevitabilidad histórica de que cualquiera de ambas oligarquías sea la que tenga que desvirtuar el espontáneo, libre y fluido sentimiento de una conciencia común. Lo impostado de la identidad obligada por la patrimonialización del Estado por los partidos es la causa de tanto desafuero.
Los partidos del Estado (todos sin excepción alguna), en cuanto instituciones que usurpan nuestra libertad política como españoles, constituyen la primera y última causa de un malestar que tarde o temprano tendremos que afrontar.
Voluntad de corromperse. La corrupción española es tan rutinaria y pública que incluso sirve como campo mediático de lucha intra y extrapartidista. El régimen político español no admite otra forma de gobierno que el de las prácticas corruptas, porque en su ser le va el no poder ser otra cosa.
La política es el mal, el mal es la política. Podemos darle todas las vueltas que queramos, al final caemos en la cuenta de que tan sólo somos españoles contemporáneos vivos bajo todas las determinaciones históricas de este presente.
Y este presente es el que limita el horizonte de posibilidades del Régimen del 78. No la política en abstracto y en general sino la totalidad de las prácticas de gobierno en que este Régimen encuentra su expresión y su verdad es lo corrupto: la voluntad de corromperse presupuesta como finalidad de toda la clase dirigente (burocracia de los partidos).
Esta voluntad existe porque así se decidió en su origen que el poder vigente tuviera tal naturaleza en su funcionamiento y todo retorna a él en todos y cada uno de los epifenómenos tribunicios y policiales que se utilizan para reforzar la inconsciencia colectiva por sobresaturación hasta el límite de lo absurdo y lo esperpéntico.
La verdadera política es un arte de la más alta nobleza, cuyos medios pueden ser muy discutibles, pero al menos propone fines. Maquiavelo no ha sido apenas entendido Lo que nosotros padecemos es la traición de toda la clase dirigente, además de su explotación confiscatoria, carente de fines y propósitos más allá de la próxima vuelta de esta Rueda de la Fortuna presupuestaria de reparto de cargos y privilegios. Lo demás son «lágrimas en la lluvia» y moralina senil de periodistas, burócratas de partido e intelectuales orgánicos.
El crítico con la situación, el denunciante de la corrupción, el abstencionista contumaz, en fin, el Tersites del Régimen del 78 es necesariamente también el bufón de la Corte del último Borbón bajo su inexpresivo valido de barbas teñidas. Entretanto, ni el rubor ni la estupidez nos impedirán ejercer un juicio no desprovisto de juguetona «mala leche» castiza, a falta de algo mejor en que practicar el epigrama y tal vez exhibir una lujosa libertad perdida de vista en algún momento ya lejano… Por favor, señores, desconecten de una vez a los simuladores de ideología, conflicto y dialéctica, no sea que el piloto se estrelle con una tripulación ebria de riqueza mal adquirida y toda la clase turista rumbo a las Bahamas.
Un «conflicto» fraternal entre Herederos del Franquismo. Siento una enternecedora piedad indescriptible por quienes creen que en la España actual hay un «conflicto político» entre el «Estado español» y la «Nación catalana» que aspira a convertirse en «Estado catalán independiente».
Si es cierto que la ignorancia está en el origen del error moral, quizás no sea menos cierto que la ignorancia está en el origen del error político que a la larga desemboca en conflicto y guerra. Nos falta un Sócrates político.
Todo lo que circula como moneda acuñada en la visión «crítica» del supuesto «Nacionalismo catalán» es un puro disparate, pues tal «Nacionalismo» no existe más que como presunción vanidosa de una Voluntad de Poder expresada en un Estado propio para que unos individuos muy concretos puedan ejercer esa Voluntad que tiene además la mágica facultad de hacer abultar innumerables peculios personales. Eso ya existe hasta en La Rioja y Murcia, y sin hacer tanto ruido mediático.
Lo único que se le puede reprochar a la clase dirigente y dominante catalanas es el bien caracterizado egocentrismo del primogénito, vástago insufrible que se cree con derecho de pernada incluso con la Santa Madre (la tierra, el territorio histórico) que comparte lecho y caricias con papá Estado (el artificial ente que administra sus recursos).
Detrás no hay nada psicopatológico, salvo la muy humana ambición de poder y tal vez el calambre o cosquilleo de placer que a todo Oligarca con ínfulas produce la sensación imaginaria de esa extremidad mutilada que él quisiera ver ya convertida en Estado, algo que ni una corrupción bien administrada consigue sugerirle, como demuestra el nunca bien descrito Régimen andaluz, el gemelo del catalán sin tales ambiciones, como benjamín que es de la Sagrada Familia Borbónica.
El recubrimiento «historicista» forma parte de la gran invención teórica alemana.El resto es farfolla retórica para analfabetos (austracismo puro y duro), y abundan en los bandos partidistas y mediáticos contendientes, que por supuesto, no han leído nada para ganarse un sueldo público nada desdeñable.
En fin, la crítica al ««Nacionalismo catalán»» va a acabar por hacer verosímil la consolidación de la ««Democracia española»», a poco que los Grandes Rentistas del Estado se den cuenta del filón que puede ser promover una «fuerza política expansiva» de carácter ««españolista»» (?).
Creo que es el siguiente capítulo de la serie que los guionistas están escribiendo. No hay nada como una narrativa y una dialéctica folletinescas de bajas pasiones y enredos familiares para hacer Alta Política delante del televisor, que en realidad es el único ser consciente, aunque puramente técnico, que sabe votar.
A propósito de la aplicación del artículo 155 de la CE 78. «Rajoy hace todo lo que la Ley y la Constitución vigente establece». No es un asunto meramente «técnico-formal» o «procedimental».
La C78, en su pura literalidad o en otra cualquier «interpretación alternativa», típica del Derecho Constitucional italiano, no habilita al Jefe del Ejecutivo ni a nadie (incluido Jefe del Estado) a nada de lo que realmente se ha llevado a cabo en la comisión de una flagrante actuación de extraconstitucionalidad. No se ha aplicado el artículo 155, es decir, directamente se ha suplantado su texto preceptivo y prescriptivo y se ha inventado otro muy distinto. El hecho de que los secesionistas catalanes no hayan empleado este argumento es clave para entender muchas cosas extrañas.
El Jefe de Gobierno español, en su ejercicio de tal, no está facultado por ese artículo para el ejercicio de la potestad «excepcional» de cesar de sus funciones a nadie dentro de los poderes del Estado y mucho menos para «disolver» un Parlamento autonómico cuya legalidad y legitimidad no derivan de ninguna otra instancia, porque un Parlamento por definición es «soberano» en un Régimen parlamentario.
Pero en España se da una anormalidad: se han inventado Parlamentos regionales sin ninguna base histórica que pudiera fundarse en una «soberanía» simbólica. Porque donde haya un Parlamento debe existir un Pueblo fundado sobre su Independencia, de lo contrario una Cámara Legislativa no tiene sentido y la C78 no reconoce ni siquiera quién es el Sujeto Constituyente del que emanan los poderes: «pueblo español» es incompatible radical y totalmente con Comunidades Autónomas, salvo si existiera un previo Pacto de Federación entre ellas y entonces cada una por separado pudiera apelar a su propio Sujeto Constituyente como «pueblo independiente» que ha decidido unirse a otros como él por sus intereses comunes.
En la España del Régimen del 78 el fundamento «austracista» del Pacto extraconstitucional secreto (derechos históricos, foralidad identitarismo estatal burocrático, regionalismo, imposición de las hablas locales, deconstrucción de la Historia nacional…) es lo que la derecha política que se dice «española» (y españolista) oculta culpando a la izquierda de ser «identitaria» y «pronacionalista», pero la defensa de la Disposición Transitoria y su inclusión en la C78, además de su alta estimación como modelo para Cataluña por Herrero de Miñón para una Reforma Constitucional es cosa exclusiva de los grupos mas «reaccionarios» que habitan, todos ellos, en los grandes edificios donde los contables monetizan la Nación española.
Hay que fijarse bien en la imposición desde arriba de una homogeneidad del discurso público. Se dice: «El Estado ha actuado automáticamente». Una frase de naturaleza tan fetichista y vacua ya es sospechosa. Y se ponen como ostensibles ejemplos al Rey, el Motor inmóvil de esa mítica «actuación» del Estado», y a una Judicatura que opera única y exclusivamente en una determinada línea prestablecida por los intereses momentáneos de los Partidos.
La consigna es «Salvar las Apariencias» de Legalidad, Constitucionalidad y Normalidad, cuando en realidad es eso justamente lo que falla con estrépito y eso es lo que hay que encubrir como sea, empapelando los platós de televisión de autos judiciales y demás parafernalia de la «opinión» bien consensuada de los «radicales» con nómina del propio Estado.
Nadie imagina que el propio Presidente del Gobierno de España pudiera ser legalmente imputado de acuerdo con lo que ahora se sabe sobre su actuación desde 2012 con relación al destino de los recursos del FLA, cuya desviación era perfectamente conocida por el Ministerio de Hacienda.
La falsificación de la «dialéctica» Estado/Gobierno central frente a un movimiento «secesionista», que es también y nada más que Estado/Gobierno en su dimensión territorial autonómica, es todo lo que se está escenficando para una opinión que jamás ha entendido nada, porque no es más que el reflejo pasivo de una propaganda de usar y tirar.
No hay nada secreto, no hay cloacas, no hay acuerdos secretos, no hay planes estratégicos ni de contingencia. El Régimen se ha exhibido en su esencia de impunidad y coalescencia de grupos estatales, se muestra en lo que es y ha sido siempre: una mamarrachada protagonizada por unos patanes que manejan los cargos del Estado en todos sus niveles.
El miedo sobrecogedor no confesado al fracaso del proyecto reformista, la inconsciencia y la incultura política profunda de todos ellos, el hecho de que, a poco que piensen en serio por un momento, sospechen que el destino carcelario de los «secesionistas» pueda ser un día no muy lejano el de todos ellos, ese extravagante «Memento mori» que persigue a todo Poder, y mucho más al carente de fundamento y legitimidad, eso es lo que tal vez resulte conmovedor entre una gente que nos conduce colectivamente a una catástrofe día a día sepultada por un anecdotario que ya no logra ocultar la verdad de su traición y su incompetencia.
Extraño suceso judicial no identificado. La decisión del juez alemán sobre el delito de rebelión imputado a Puigdemont es una jugada más sutil de lo que se imagina.
El Gobierno y el «Estado» del Régimen español, por supuesto, no van a cortar en carne propia, es decir, no van a procesar ni condenar realmente a los secesionistas, como no se ha condenado a todos los Consejos de las Cajas de Ahorro, como no se ha procesado y condenado a los expresidentes de la Junta de Andalucía, como nadie ha pedido cuentas a Pujol, antes a González o ahora al Jefe y beneficiario primero y último de toda la corrupción interna de un partido como el PP.
La jugada consiste, como siempre, en «delegar» en un tercero la «responsabilidad» de asumir una decisión, porque ésta no puede tomarse abiertamente en España: la absolución implícita y nunca declarada del movimiento secesionista es el objeto secreto que se debate en los círculos reales del Poder.
Toda la algarabía y alharaca sobre Alemania es puro ensimismamiento inducido en una opinión artificialmente creada.
El Régimen español no va a juzgarse y sentarse en el banquillo a sí mismo: el Gobierno alemán debe echar una mano.
Dentro del Régimen nadie se cree lo de la Rebelión y la Sedición (porque todas sus instancias formales e informales conspiraban en el mismo y único sentido de la Reforma constitucional tal como se declara en el documento muy explícito de los Catedráticos de Derecho Constitucional del 20 de noviembre de 2017), pero a algo «legal» y «constitucional» había que acudir en la lucha, por primera vez abierta entre facciones estatales de un mismo Poder político compartido, para pararles los pies a los precipitados y demasiados ambiciosos.
La impureza de los conceptos jurídicos delata la suciedad de las intenciones políticas.
La gente habla como si cuanto vemos ante nuestros ojos encajara con alguna normatividad y alguna excepcionalidad.
La ignorancia sobre el funcionamiento del Régimen español se la pueden permitir los que creen en los telediarios y leen maquinalmente la prensa panfletaria, no las personas observadoras, críticas y formadas, entrenadas en esta grosera mentira diaria que nos suministran como adormidera desde aquella adolescencia mía en que se ejecutó al ««pueblo español»», una vez más, con el referéndum sobre la OTAN.
Véase sino el siempre jugoso juego dialéctico entre el discurso autodenigratorio que promueven las instancias del poder cultural y mediático del Régimen y las poses casticistas del victimismo que las replica.
Todo es un «bluf», a la vez trágico y desternillante. Quienes han vivido toda su vida adulta en la mentira carecen ya de sensibilidad para percibir la verdad de la muy peculiar forma de ejercer el Poder que padecen.
Por cierto, el ensimismamiento en prejuicios es siempre en toda sociedad preludio de lo innombrable: el miedo a la violencia del Poder sólo puede conjurarse a través de la violencia de quien lo padece contra el Poder.
Juego de sombras chinescas. ¿Qué se oculta detrás de Albert Rivera? Es evidente. Discursivamente, nada. Materialmente, Criteria. Electoralmente, la vergüenza desvergonzada de los avergonzados. Ideológicamente, lo que sea. Políticamente, lo que sus comanditarios le permitan. «Derecha moderna»: por supuesto, como el nuevo envase de Coca Cola «Coke». Un universo mental tan apolítico y desnutrido como el de las clases medias españolas más o menos acomodadas no pide más. Tal vez, menos azúcar, tal vez menos gas…
Una chabacana sensibilidad civil y política. La percepción expresada en el discurso político español más elaborado (?) de los círculos que dentro del Régimen del 78 no dejan ni dejarán de postular la «vía negociada» al supuesto «conflicto catalán» es una percepción tan artera como desvergonzada.
Lo sorprendente es la total pobreza conceptual («democracia liberal», como dicen Cacho, FJL, Pedro J y el resto de los «reformistas» mediáticos: qué izquierda tan consensual… con una derecha tan «reaccionaria»), la impostura moral, la mentira política convertidas en Discurso público reconocido que circula en los propios medios de comunicación financiados secretamente y mantenidos por un reducido Club de Grandes Rentistas.
Ahora bien, sucede que el Discurso contrario, el de la «defensa» de España, la «democracia» y la Constitución de 1978 dice exactamente lo mismo desde el otro punto de vista permitido por el Régimen: el del «constitucionalismo», que los secesionistas y sus ideólogos de muy variado pelaje tachan de «Nacionalisnmo español» (los intelectuales orgánico-académico-mediáticos: los hay hasta financiados por los March o los Del Pino «e tutti quanti» del Gran Mundo Invisible, además del incombustible y omnipresente Fainé, el gran «Capo dei Capi», siempre en la sombra).
Ambos discursos se retroalimentan y se consolidan en su mutuo vacío referencial y en sus ficciones intercambiadas como golpes bajos en esta pelea de gallos sin espolones y que en realidad ponen huevos de serpiente: la lucha por la Hegemonía dentro del Estado patrimonializado por el bloque oligárquico se traduce en «Nacionalismo», da igual lo que esto quiera significar, pero desde luego nada tiene que ver ni con Cataluña y España como «cosas reales» sino con la imagen que el Régimen produce de ellas desde sus peculiarísimas condiciones de poder, anómicas y perversas.
En España la lucha interna entre los Privilegiados de Clase y Jefes de Partido se expresa y solapa con la lucha entre Señores Territoriales (qué casualidad, son los mismos). Ambos discursos afirman la «democracia» como «realmente existente» para referirse a sus actividades delictivas y propagandísticas.
A partir de ahí, todo está por desbrozar en este «psycothriller» en el que, si algo hay, es una total carencia de ideas positivas sobre lo que sea.
“La miseria del pueblo español, la gran miseria moral, está en su chabacana sensibilidad ante los enigmas de la vida y la muerte.”
Yo, siguiendo a Valle Inclán, quiero añadir que esa miseria moral es extensible a un orden mundano más trivial: el de las relaciones de poder dadas, más que nada porque «los enigmas de la vida y de la muerte» pueden o no llegar a experimentarse en función de cómo organizan los hombres sus vidas en el plano colectivo: es decir, qué grado de libertad son capaces de imponerse como ideal normativo.