LA DECONSTRUCCIÓN DEL SUJETO EN EL PENSAMIENTO DE JEAN BAUDRILLARD (2002-2004)

La gestualidad ontológica de la subjetividad es esencialmente de orden retórico.

Peter Slorterdijk se refiere a los gestos fundadores del sujeto como gestos de un “renacer o venir al mundo” desde la sustentación, el levantamiento, la promesa y la totalizacón del devenir en el “sí mismo” autogestado y autoproducido, y esto no es sólo válido para todos los idealismos que finalmente ocultan una irreprimible impulsión moral.

A partir de aquí, la subjetividad moderna es un proceso de autoproducción emancipadora del propio sujeto.

No hay otra forma de subjetividad humana que no pase por esta gestualidad de la autogestación heroica del “sí mismo”. Occidente ha sido históricamente el lugar donde el hombre ha asumido desde muy temprano esta posición, que debemos identificar con la forma que reviste el pensamiento como metafísica desde los griegos.

Sin embargo, sólo a partir de la posición moderna del sujeto frente al objeto, tomada en este sentido, hay que considerar plenamente dispuesta la cuestión que corroe las entrañas más secretas del pensamiento moderno.

Ahora bien, jamás se ha planteado en serio que ésta es una cuestión que quizás no sea resoluble dentro del propio discurso de la filosofía, es decir, que no es una cuestión a la que se deba necesariamente responder filosóficamente. No son pocos los pensadores que han intentado llevar a cabo una agresiva campaña en toda regla contra las pretensiones de la subjetividad moderna como modo de ser exclusivo del hombre occidental: en la partida de nacimiento del sujeto se encuentra también inscrito el movimiento contrario.

Cualquiera que haya sido el campo donde se haya asentado el ataque, lo cierto es que el propio discurso filosófico ha sido una y otra vez desesperadamente el único escenario posible para la discusión.

En estas condiciones, todo estaba perdido de antemano, pues dentro de la filosofía es imposible destruir lo que constituye su propio espacio discursivo, y el sujeto casi le es consustancial, ya que, en sentido estricto, puede que no haya otra filosofía que la del sujeto autoconstituyente y autoconstituido. Por tanto, se cae en una trampa perversa siempre que realicemos una tentativa de hablar del sujeto desde un espacio discursivo que le pertenece en toda propiedad.

¿Existe alguna escapatoria para saldar la cuestión sin que el sujeto siga siendo dueño de la situación?

La propuesta de Baudrillard, silenciosamente, se ha ido preparando como una salida particularmente inteligente, mucho más astuta que otras que parecían desafiar la implacable dominación contemporánea de todas las problemáticas relacionadas con la subjetividad emancipada del hombre occidental. Baudrillard no ha llevado a cabo una “deconstrucción” ni una genealogía del sujeto en el campo conceptual de la subjetividad filosófica.

Su pensamiento es voluntariamente “no-filosófico” y he ahí todo su poder y su capacidad de seducción.

Donde habla la filosofía ya constituida algo muy precioso se pierde irremediablemente, ya que el pensamiento tiene una tendencia pavorosa a dejarse llevar por su propia lógica en atención a la cual suele perder lo principal de vista: el hecho de que no es él lo fundante sino lo fundado.

Por tanto, la ventaja de Baudrillard es haber situado la cuestión del sujeto en un terreno no filosófico, no metafísico, no genealógico, no moral; por el contrario, haber buscado una dimensión diferente sobre la que sustentar otro posible desafío al imperio de la subjetividad moderna: precisamente Baudrillard cuestiona el dominio del sujeto como dominio de lo Mismo sobre un concreto principio de realidad, que es el nuestro y el de nadie más.

Esta pretensión del sujeto a construir desde sí mismo todo lo real es el punto nodal contra el que se dirige íntegramente el discurso baudrillardiano.

No es en el campo conceptual, histórico, filosófico, donde hay que buscar el debilitamiento de la posición del sujeto sino que hay que ir al propio mundo como construcción del sujeto: un mundo cuyo devenir mismo hace insostenible la posición del sujeto, tomando el concepto de mundo en toda su amplitud, sea metafísica, antropológica, histórica y geográfico-espacial.

Si la posición del sujeto es insostenible y está amenazada de ruina, ello no se debe a una carencia de su propia capacidad de fundamentación del mundo, sino justamente a que el mundo sustentado por el sujeto ya no le responde, tal como se dice de alguien a quien ya no le “responden” sus miembros.

La condición para ejercer su dominio incondicionado y extensivo ha sido la de reducir al objeto a la mera pasividad reflexiva, convirtiéndolo en soporte de empresas de poder e instalación del hombre occidental.

Si el mundo como lo conocemos ha sido rehecho por el principio autoproductivo de una subjetividad humana emancipada, el devenir actual del mundo hace aparecer lo reprimido, lo censurado, lo fatal: a la autonomía del sujeto, responde el objeto ya no como heteronomía sino como reversión, alteración, indeterminación de la posición dominante.

Esta creciente e irrefrenable autonomía del objeto se manifiesta de múltiples maneras: contragolpes históricos, catástrofes lentas, inversiones de las relaciones, encadenamientos no racionales de procesos, confusiones de causas y efectos. La rebelión de la naturaleza objetivada y la rebelión de los pueblos a los que el etnocentrismo occidental condena al exterminio, físico y simbólico, son dos de las señales más claras y esperanzadoras de esta rebelión general de lo que ha sido emplazado durante mucho tiempo a la condición de objeto.

Sloterdijk habla de una “segunda pasividad” del hombre-sujeto ante el despliegue de movimientos que se escapan al proyecto de la modernidad, los cuales a su vez nos conducen a un fatalismo insoslayable, a una impotencia parecida a la que erróneamente suele atribuírsele al “primitivo” ante la naturaleza.

En las posiciones más avanzadas del pensamiento ya no se puede ocultar por más tiempo la invalidez e incapacitación del sujeto moderno en cualesquiera de sus ámbitos de dominación para alcanzar la sustentación monopolista sobre el mundo, sobre lo real, sobre todo cuanto ha querido convertir en objeto de su manipulación unilateral.

Lo que al sujeto se le escapa cada vez más es la relación elemental y ambivalente de reciprocidad simbólica entre el mundo y él mismo, razón por la cual actualmente todos los procesos de desintegración adoptan de manera justa una forma de reversión y de fatalidad.

A partir de aquí, habría que eliminar como cortina de humo la conceptualidad filosófica clásica en la que se ha pensado y expresado el sujeto: ése es precisamente su terreno privado, “privatísimo”, aquel espacio donde se siente cómodo hablando como un charlatán de feria sobre sí mismo y sobre sus logros que pretende universales y “objetivos”.

En buena parte, el fracaso relativo de las empresas teóricas de Foucault y Derrida en la deconstrucción o arqueología de la subjetividad moderna del hombre occidental, en las instituciones, el saber, el poder o el lenguaje, se debe a haber asumido hasta cierto punto un compromiso con el lenguaje filosófico del propio sujeto que había que desmontar, convirtiendo el cuestionamiento en una mera operación intelectual dentro de los moldes de un pensamiento histórico-metafísico que aún no logra mantener la distancia respecto del propio sujeto, desde el momento en que el pensador habla el lenguaje del sujeto contra el propio sujeto, enredo que finalmente ha conducido a un callejón sin salida donde el humanismo, banalizado políticamente, vuelve a campar a sus anchas como posición moral irreductible.

Los pensadores raramente se plantean que la subjetividad como base de la construcción del mundo no se reduce a algo meramente pensado y conceptualizado, algo que una estrategia discursiva diferente podría desmontar: la subjetividad es un modo de dominación de la realidad según categorías que le permiten al sujeto constituirse íntegramente como tal.

De nuevo, hay que remitirse a Heidegger, en especial al gesto fundamental del “viraje”. La apertura de un horizonte del pensamiento donde el sujeto-hombre es desplazado para ser re-investido de otra relación con el ser: ya no como su “fuente”, sino como su receptáculo, ya no como fundador sino como destinatario, ya no como dueño despótico sino como “pastor”. Este giro es sin duda el que está en la base del despliegue de las empresas más decisivas del pensamiento, cuyo porvenir está ligado a esta renuncia del hombre a la autoconstitución y a la autoproducción.

La peculiar apuesta de Baudrillard por el “objeto”, en todas y cada una de sus figuras (seducción, ilusión vital, devenir, destino, predestinación, metamorfosis, encadenamiento no causal, la nada, el mal, la no intercambiabilidad definitiva entre ser y pensar, y finalmente el intercambio imposible entre pensamiento y mundo) es una versión de esta nueva experiencia del hombre occidental como destinatario del ser.

El hecho decisivo es que, en la estructura “real” del mundo tal como lo experimentamos, el objeto ha tomado la iniciativa, lo que finalmente tiene consecuencias de alcance aún incalculables para la desestabilización de la posición precaria del sujeto.

El devenir mismo del mundo barre todos estos juegos cansados en los que el sujeto moribundo sigue contándose su heroica historia sólo para conservar de modo reactivo una posición que ya no le corresponde, pero a la que no está dispuesto a renunciar. Hoy, en todos los frentes, asistimos a esta lucha desesperada por la supervivencia del sujeto: partida probablemente perdida ya de antemano.

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