Ahora, el tiempo de la vida yace ante tus pies como un ave en el ara de los sacrificios. El deseo de morir da paso a la revelación: el instante en que el delirio se abrió como posibilidad de ser otro, de empezar de nuevo. El estado de gracia de una libertad inaudita se cierra rápidamente y tienes que arrojar las migajas para sembrar el camino del retorno. Conoces ese asco de la impostura en rebeldía que no sabe desembocar en el acto y se convierte en pretexto de una lucidez sin finalidad: lo único que permanece es el dolor de una autoestimulación cerebral que ya no necesita los eufemismos de la mística: la aguja hipodérmica te devolverá al lugar que te corresponde entre los vivos. Hacia ese horizonte de la verdad, que es una medida reducida, de antemano dada para cada cosa: el horror de esta vida, una mera práctica entre otras, el gran juego de los ilusos y los cínicos en el casino estafador que tan bien conoces. Hay que atiborrar al ave de corral para que vuelva otra vez a la correcta posición en el ara de los sacrificios, de cuyas sobras nos alimentamos. Así, la libertad sólo tiene sentido como delirio en el acto de lo posible, o en el entreacto que se abre por un instante entre las dos orillas. El resto es la opresión institucional: todos los protocolos que nos transforman en conejillos de Indias para servir de coartada democrática a la anónima voluntad de poder de los funcionarios del desamparo. Porque el verdadero horror es algo que ya no conmueve a nadie, los mismos que te enfermaron, te quieren curar. Las aves de corral que sufren de estrés enternecen nuestros corazones, pero el deber... En la ambulancia sentiste el pánico de no regresar jamás: la marcha definitiva al otro lado, allí donde, aunque siguieras vivo, jamás podría ingresar ningún otro vivo. Entre la risa espasmódica y el escalofrío tembloroso se abrió el mutismo absoluto que produce espanto. Y lo incomunicable es lo que deja entrever esa puerta, si el dolor es lo único humano que ya nos queda. Si se cierra por completo, ¿qué quedaría de nosotros? Las aves de corral alborotarían los páramos junto al ara de los sacrificios, pero ellas ya no sabrían lo que son.