Para qué el tiempo fue creado
si no para que tú sola lo llenaras.
Para qué la luz miserable de los díassi no para que te iluminara.
Para qué el azul y el destello de la risasi no para que desde tu boca la corriente de lo irreal no cesara.
Para qué la locura inercial de vivir, como si aún no hubieras aparecido en la llama helada del invierno.
Para quién existes y pervives como un Hada, si las palomas también se te acercan en el atardecer doloroso junto a los hospitales.
Para quién has venido a sembrar la caricia de las palabras sin ensalmo que yacen olvidadas.
Para quién ofreces el poder de ser como una ilusión bienhechora, en el reclamo silencioso de unos ojos más sabios que toda sabiduría del cuerpo y del alma.
Para quién habrías de existir y pervivir si no para el arrepentimiento y la esperanza.
Para qué cuanto está destinado a la Muerte, si tú existes y pervives con la fuerza de una bondad que afirma la salvación y la condena de lo que sólo pertenece al orden insensato de otro mundo.
VALDEPEÑAS, otoño-invierno de 1998