La mujer vive como una lengua que sintiera miedo de ser traducida a otra lengua. Quiere ser el fondo de una voz, la fragilidad del susurro de un nombre en la lucha silenciosa de los cuerpos, la precisión olvidadiza de un nombre que construya un deseo protegido por un sol perezoso al despertar. Miro cómo tiemblan esas areolas que nadie supo acariciar en su momento de plenitud y me dicen todo lo que supe antes de conocerte, y parecen esperarme agradecidas, antes de su oscurecimiento prematuro. Una mujer habita la selva donde toda la luz del amanecer es un hallazgo para las hienas, la dulce carroña del sexo arrepentido. Ah, esos ojos como rayos repentinos, giramos de estación en estación, ojos y rayos te miran desde un cielo que vela otro cielo, y en medio, los hilos tendidos sobre el vuelo de otras alas, pequeñas trampas para pájaros espino sin corazón lírico. Torre del Mar, 9 de febrero de 2018, poema revivido.