EPÍLOGO PARA UNA ELEGÍA (GRANADA-MÁLAGA, 1992-1996)

I

Como si fuese heroico

sentir con delicadeza no pidiendo nada a cambio,

nombrar en la ausencia con las palabras

que no hacen volver el encanto,

recordar los poemas viejos, esas mentiras impuras

sin más razón que la fragilidad y la impotencia.



Pensar en lo que ha envejecido tanto con nosotros,

caminando a nuestro lado, arrojando

una sombra más abrigada que la nuestra,

con una luz irisada al otro lado...



Pero no, nada tan falto de heroísmo

como la falsa compostura del enamorado y su poesía,

con la fatalidad de escribir para matar el amor

con gestos que son palabras mudas

llenas de caricias cansadas que cubren

el hueco del cuerpo ya perdido.



Y un olvido más denso

que las capas de astucia y disimulo,

con que había que mantener la firmeza

de una dignidad insegura, cada vez más apurada

en esta vida sin tiempo para recordar y agradecer...



Como si quizás no fuese heroico lo contrario:

la mezquindad de la indiferencia llevada con prisas y ocultaciones,

el silencio sólo roto para compensar los gastos de un yo incurable,

el olvido que finge fortaleza en un combate perdido de antemano...



II

Todo principio brilla

con luz robada de estrellas cadentes,

otros pedazos de resplandores pasajeros

en un cielo que los contiene dentro de un cerco

donde esa luz no es sino de un origen más remoto.


Todo principio es la muerte de algo anterior

y de algo futuro,

un breve impulso ciego de ser.


Pero todo principio no puede volver a ser lo mismo,

quiere brillar con luz de otros fuegos

que pasaron por un cielo de indiferencia,

para despertar quizás más tarde

en el escenario de una pesadilla sombría.


Hay una lucha del amor humillado

detrás de cada renacimiento,

un sentimiento traicionado de mujer

detrás de cada gesto viril,

una máscara hermafrodita

con que ocultar el miedo a encarnar

el propio esfuerzo de vivir

sin convertirse en una posesión ingrata.



III

La caída de la tarde,

sin énfasis gastado,

otra vez quiere ser hermosa por sí sola,

aunque su luz transcurre inútilmente:

sentir esa libertad hecha solamente

de una juventud malgastada,

una belleza sin carne

y una inteligencia sin objeto.


Lo perdido siempre retorna

a su debido tiempo, en la desconfianza ya:

el deseo persistente de una renovación sin culpa

que sólo más tarde cobrará el impulso

hacia otro cuerpo engendrador

de una vida más ambiciosa.


Sentir ahora, solamente,

esa libertad imaginaria

abriéndose camino hacia un orden futuro

en que la búsqueda de otra juventud,

otra belleza y otra inteligencia,

inaugurará la fiesta de las tardes y las noches

por las que continuar la lucha ya agotada.


Volverán a ser acogedoras

la mirada y el silencio,

volverán a ser amorosas

la soledad y la noche,

habiendo devuelto la deuda de los deseos impuros

a las cosas impuras de donde procedieron;

habiendo descubierto que el hueco de los cuerpos

no trasmite más que humedad contagiosa y ruina creciente.



IV

Y de la vida ya vivida, sin remisión,

no volverás a contar entre tus bienes escasos,

esta impaciencia que da rodeos

a todo cuanto está haciéndose aún.


De esa vida ya vivida,

sin remisión ni memoria,

no tendrás que volver a narrar, inventar, descubrir, falsear

nada más que los móviles, las improbabilidades, los detalles.

la misma familiaridad que convierte los sueños

en una página ilegible de tachaduras y muertes.


Si es imposible huir y lamentar,

la vida ya vivida ni retorna ni se pierde,

deviene la parte de ti más tuya contra ti.


Y detrás de sus caricias vienen

sus gruñidos de animal rencoroso,

y detrás de sus palabras más dulces de pasión convencional

acuden traidoramente los deleites arrugados.


Y luego esas lecturas que disuelven la espontaneidad

en reflexiones de incertidumbres criminales contra la vida,

incluso esta vida agotada sin remisión,

ni devuelta ni renovable,

gratuitamente salvada de sí misma

a cada instante.



V

Esa camisa verde pálido que no brilla

me contrae a la realidad,

recobra un sentido,

anuncio de una víspera

para un encuentro en el que ibamos tejiendo

las horas hasta confundirnos

en identidades hechas por el deseo de permanecer

atrapados en el mismo cielo sin huellas

de otra felicidad que ésta que se nos escapaba.


Ahora ya y entonces,

mi mejor prenda es eso,

lo que me volvía hacia una luz

que debió de venir de lejos,

tratando de atisbar una sonrisa no herida

cuya sinceridad tímida afirmase

que era día de fiesta, al menos para nosotros.

La tarde es más hermosa que tú”,

en esta lenta perspectiva de un amor que languidece

desde que tengo memoria de su origen,

porque la tarde me devuelve,

entre las caricias de su aire de triunfo y ocaso,

algo mío.


Pasa intensamente esta tarde,

y nada me obliga a echar de menos

ni siquiera los tenues contraluces de esa memoria

a la que renuncié por anticipado.


Pero ahora que el deseo no reconstruye

una historia posible ni da una promesa de redención,

estoy abandonado,

como cuando pensaba que la tarde era más hermosa que tú,

más fuerte que todas las esperanzas de encarnación.


Ya ves, una crueldad innecesaria,

si no existiese una voluntad encarnizada

por dar sentido a todo,

crueldad ahora materia para dejarme prender

por un fuego comprensible,

sabiendo por fin que sin continuidad,

no hay permanencia, más allá de todas las consecuencias...


Asciende lluvia limpia, asciende.

Alcanzarás ahora algo de la vieja objetividad,

ordenando mansamente su ausencia.


Abril trae esa misma pequeña sinfonía de lluvia

arrojada desde un cielo que vacía el tiempo.


Sonríe como antes, agita la llama como antes,

devuelve la caricia como antes.


Y trasmite un dolor nuevamente fundador, como antes,

de ese vínculo indestructible,

que sólo necesita de nuestra precariedad compartida

y un destino encontrado al azar,

sin otro sacrificio que el de un egoísmo inconmovible.



VI

Esas primeras noches tibias de sábado,

en la ciudad donde dividimos nuestra soledad,

después de la adolescencia calcinada,

me quedaba en tu casa a leer aburrido

antologías cuyos poemas contaban esa niñez cautiva

en las redes de los recuerdos de una guerra,

mientras tú te vestías para salir con las amigas,

envolviendo los ojos en una mirada apenas de perdón

ante aquel incomprensible hallazgo

de nuestro desacuerdo en esas decisiones tan vulgares.


Pero en esas noches ya luminosas,

yo tenía que comprender

que los instantes del deseo sólo permanecerían

si era capaz de sorprenderlos

en alguna vaga composición de tiempo y lugar

y un protagonista indeterminado.


Después de largas horas de una tarde

semejante a una convalecencia sórdida,

la salida para estar juntos en medio de las multitudes

nos ofrecía la posibilidad de escenificar

en la imaginación infantil otro acuerdo

que justificase el placer frágil que nos mantenía enlazados.


Porque sabíamos ya que el amor se alimenta de sí mismo,

y devora su propio tiempo.


Y sobre todo, sabíamos que la redención

duraría mientras el hallazgo permaneciese disimulado

en la espontaneidad de los gestos y las palabras comunes,

y no excediera el límite de las pasiones convencionales,

para las cuales no estábamos preparados.



VII

Así es como empieza el rencor

hacia la propia vida:

una repetida censura a lo largo de las tachaduras

de un deber aún no bien comprendido.


De repente, como en un teatrillo de muñecos de trapo,

movidos por hilos tras los cortinajes,

concebimos que ya no somos dueños de nuestro devenir,

o quizás escuchamos las primeras palabras

que nos hacen dudar de nuestras buenas intenciones,

y ya no basta con el regazo maternal, o sus objetos vicarios,

para lograr una inalterable autosatisfacción.


Descendemos a los eufemismos

con que cubrimos la suciedad comunal

de los signos no nuestros

y el intercambio aburrido

de coacciones externas,

apenas más respetables que la costumbre del abandono

en la esterilidad de las compañías arbitrarias.



VIII

Mi vieja esperanza maltratada:

este día, como otro en este final de siglo,

te presentará alguna paloma que volará bajo,

casi rozando tus cabellos.


Ese día o unas décadas más tarde y en otra ciudad,

querrás saber a dónde se han marchado esas chicas de entonces

y, como ahora, no será vano observar

el paso de la servidumbre agradecida.


Te lo confesaré una vez más,

esperanza desaconsejada por la buena conciencia:

este día ya ha tenido su oportunidad,

aún ininteligible.


Debes saberlo ahora y no más tarde:

si el ocio vagabundo te ha mermado,

la poesía no imputa culpa.


Ahora, procura tu sustento

y deja enmudecer el ocaso

tras la corriente de zureos invisibles:

aprende a descansar en la dulce agonía

que ya nadie persigue sobre el transcurso sin promesa.


Y también debes saberlo,

carne de mi carne:

yo no soy tú,

ni quiero que finjamos como enamorados yacentes

en el polvo de fotografías en una primavera olvidada.



IX

Nuestro invierno oscuro,

ese invierno sin dolor,

aquí en el lugar del pasado

donde ya no estoy.


Pero una palabra te despertaría,

si fuéramos libres de la presunción del saber acabado,

o si en el principio no te hubiera velado

con tantas ruinas y lugares comunes.


Ahora leo lo que nadie habita.


Nuestro invierno mal calmado,

entre libros y una oscura justificación

para no sucumbir a la gloria de los olvidados,

la conciencia que persiguió la misma sombra en mí.


Si entonces, cuando el cielo lanzaba

el brillo pálido por convención de elegías,

sobre mi estrecho círculo de necesidades ignoradas,

no supe cómo acoger el acontecimiento

que yo mismo portaba como estandarte

al que vientos sin dirección hicieron ondear,

en el momento exacto que antecede a la batalla,

mal preparado para esta campaña perpetua.


GRANADA-MÁLAGA 1992-1996

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