«SUI IPSIUS NUDATOR» (MOMENTOS DE FUGACIDAD COMPARTIDA, VALDEPEÑAS-INFANTES, 1999-2002)

1

Nadie ve la pureza de ojos cansados de mirar: 

nuestras cancioncillas de cuna sobre el amor 

ya no saben adormecernos. 


Así pues, cántame una letra nueva 

para que olvide: 

si comprendes mi dolor, serás parte de mí 

como nadie. 


Tú lo sabes, 

nos ofrecimos un sentimiento común, 

como el género neutro de los pronombres, 

válido para todos y para nadie. 


Yo quería el acontecimiento singular, 

no su teoría o su espejo vulgar. 


Sólo fui exigente 

con lo que merece dejar de ser real 

para devolverse a la ilusión. 


Pero ni siquiera a mí, 

que sólo sobrevivo entre lo transitorio y lo mudable, 

me es posible desaparecer al fin, 

sin dejar el rastro del pálido deseo de los más.


2

Como versos,

el orgasmo nunca es lo esperado

en el resonar silencioso de nuestros cuerpos vencidos, 


líneas paralelas que riman fatalmente 


cuando se aproximan al blanco 

y vuelven sobre el margen. 


Besos como sílabas instantáneas , 

cadena finita que nunca encontrará 

la respiración de su víctima. 


Cuerpos como sinécdoques. 


Lo buscado sin forma 

se pierde en el trance banal 

de una armonía hecha de múltiples discordancias. 


Ansiada "pars pro toto" de los cuerpos 

cuando se amputan uno de otro. 


Fuerzas desiguales que ninguna simetría ordena: 

sílabas átonas y sílabas tónicas, 

reverso de su respiración y la mía. 


Ritmo invisible que flota en la medida 

de espacios vacíos y llenos. 


Sentido de lo nunca dicho y hablado por todos 

en la recurrencia contrariada de lo otro. 


Si el único acto carnal es escribirlo “como si...”


3

Tal vez por eso,

porque el sexo nació en el mar,

el oleaje monótono,

la tibieza ansiosa del refluir,

los movimientos inútiles

de las corrientes marinas,

acaloradas o retardadas,

cuando había exceso de óxido de hierro...


Tal vez por eso,

porque el sexo nació en el mar,

la atención siempre se concentra

en las figuraciones de la humedad,

el drenaje arquetípico de las sensaciones

hacia un punto de inercia

donde lo permanente nunca es definitivo,

y existen vegetaciones, microrganismos

que recuerdan el origen de la vida fetal..


4

Cortésmente, un día de invierno,

me pediste liberarte de mí. 


Sólo supe lamentarlo.


Yo era una cadena,

una pesada maleta olvidada en la aduana,

una serpiente de gruesos anillos

que enroscaban tu libertad.


Y justamente me pediste liberarte de mí.

Tuve que lamentarlo.


Pero en tus buenos momentos,

cocinabas con paciencia y dedicación.

En tus buenos momentos,

te prestabas dulcemente a las caricias.

En tus buenos momentos,

íbamos a ver películas francesas en versión original,

las madrugadas de los sábados.

En tus buenos momentos, 

la vida casi parecía portarse deferentemente

con nosotros.


Pero me pediste liberarte de mí,

así que sólo pude lamentarlo. 


5

No miradas sino acoso

de los espacios entre los que hieren cuerpos 

de un nadie inmenso,

se mueven con la gracia de la agitación

en el aire invisible

de imágenes retardadas


No miradas sino resistencia

a expresar cualquier sentimiento inútil,

donde la abstracción ha hecho fugaz toda humanidad,

rituales seculares sin rito,

mitologías mundanas sin mito,

calles avenidas grandes superficies aulas oficinas


No miradas sino rotación,

el alma anónima de los sueños,

la ciencia toda de este mundo:

partículas flujos choques turbulencias

elisión del hombre reestructurado por una ley mejor

en el subterráneo interurbano, 

no silencio y oscuridad lo que espera


No miradas sino redundancia

si los territorios de la mentira son amplios

queda el refugio de un mentir más poderoso:

vivir como si hubiera un sentido anterior

a la bondad misma de vivir.


6

Cual solía 

me preocupaba meticulosamente

del color rubí opalescente 

y el sabor profundo con regusto a vainilla 

de mi copa a las dos del mediodía:


hora en que la única lectura recomendada

acostumbra a ser el epigrama delicioso 

de la denominación de origen,

cuando tres gracias de dieciocho años

se acercaron a la barra de aquel bar,

y pensé al verlas tímidas, 

ausentes de nostalgia, 

ajenas y libres de futuros inescritos:


"Quiera la carne de que estáis hechas

que nunca ningún marino errabundo

de ojos azules,

alma solitaria y manos acogedoras,

pueda dañar la reciedumbre hermosa

de vuestros cuerpos,

todavía rodeados de la luz sin oriente

que salva hoy a mis ojos de la ceguera". 


Y en cuanto a ti, 

nereida en tierra firme y desolada,

tú seguirás pasando ante la cristalera

hecha trasparente en la neblina invernal

por mis ojos cansados de espera,

viaje por tu recuerdo

en este tren definitivamente 

fuera de servicio.


7

Anochece en la ciudad

donde la primavera es un cúmulo de hojas

aventadas por el tráfico.


Los chorros de una humareda nerviosa

inundan los edificios

de apariencia vagamente decimonónica.


Es tiempo de acunar, 

en los dormitorios vacíos,

los lamentos de los niños sin padres,

iluminar con el fuego fatuo de las pantallas

la paz doméstica de los telediarios.


Mamá prepara la cena,

los alimentos precocinados

esperan en las bandejas de los hornos microondas.


Papá consulta el teletexto,

buscando los resultados deportivos 

de la jornada precedente.


Los hermanos se ocultan en sus habitaciones

con los cascos estereofónicos puestos

o las pantallas del ordenador encendidas y silenciosas.


El viento bate las persianas,

alguien sale a la terraza

para dar de comer al perro

o regar las macetas y los potos.


Los ruidos ya se apagan,

todo parece más lejano.


No es aún el silencio de los despertadores, 

no es aún la quietud de los muebles de maderas artificiales,

no es aún el polvo atento que crece 

entre las junturas de los espacios saturados.


Será posible un día estar con ellos,

ser como ellos, en su silencio, en su quietud, 

en el polvo mismo con que envuelven su presencia

en los rincones de la casa familiar abandonada,

el abandono que somos nosotros mismos.

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