1
Nadie ve la pureza de ojos cansados de mirar:
nuestras cancioncillas de cuna sobre el amor
ya no saben adormecernos.
Así pues, cántame una letra nueva
para que olvide:
si comprendes mi dolor, serás parte de mí
como nadie.
Tú lo sabes,
nos ofrecimos un sentimiento común,
como el género neutro de los pronombres,
válido para todos y para nadie.
Yo quería el acontecimiento singular,
no su teoría o su espejo vulgar.
Sólo fui exigente
con lo que merece dejar de ser real
para devolverse a la ilusión.
Pero ni siquiera a mí,
que sólo sobrevivo entre lo transitorio y lo mudable,
me es posible desaparecer al fin,
sin dejar el rastro del pálido deseo de los más.
2
Como versos,
el orgasmo nunca es lo esperado
en el resonar silencioso de nuestros cuerpos vencidos,
líneas paralelas que riman fatalmente
cuando se aproximan al blanco
y vuelven sobre el margen.
Besos como sílabas instantáneas ,
cadena finita que nunca encontrará
la respiración de su víctima.
Cuerpos como sinécdoques.
Lo buscado sin forma
se pierde en el trance banal
de una armonía hecha de múltiples discordancias.
Ansiada "pars pro toto" de los cuerpos
cuando se amputan uno de otro.
Fuerzas desiguales que ninguna simetría ordena:
sílabas átonas y sílabas tónicas,
reverso de su respiración y la mía.
Ritmo invisible que flota en la medida
de espacios vacíos y llenos.
Sentido de lo nunca dicho y hablado por todos
en la recurrencia contrariada de lo otro.
Si el único acto carnal es escribirlo “como si...”
3
Tal vez por eso,
porque el sexo nació en el mar,
el oleaje monótono,
la tibieza ansiosa del refluir,
los movimientos inútiles
de las corrientes marinas,
acaloradas o retardadas,
cuando había exceso de óxido de hierro...
Tal vez por eso,
porque el sexo nació en el mar,
la atención siempre se concentra
en las figuraciones de la humedad,
el drenaje arquetípico de las sensaciones
hacia un punto de inercia
donde lo permanente nunca es definitivo,
y existen vegetaciones, microrganismos
que recuerdan el origen de la vida fetal..
4
Cortésmente, un día de invierno,
me pediste liberarte de mí.
Sólo supe lamentarlo.
Yo era una cadena,
una pesada maleta olvidada en la aduana,
una serpiente de gruesos anillos
que enroscaban tu libertad.
Y justamente me pediste liberarte de mí.
Tuve que lamentarlo.
Pero en tus buenos momentos,
cocinabas con paciencia y dedicación.
En tus buenos momentos,
te prestabas dulcemente a las caricias.
En tus buenos momentos,
íbamos a ver películas francesas en versión original,
las madrugadas de los sábados.
En tus buenos momentos,
la vida casi parecía portarse deferentemente
con nosotros.
Pero me pediste liberarte de mí,
así que sólo pude lamentarlo.
5
No miradas sino acoso
de los espacios entre los que hieren cuerpos
de un nadie inmenso,
se mueven con la gracia de la agitación
en el aire invisible
de imágenes retardadas
No miradas sino resistencia
a expresar cualquier sentimiento inútil,
donde la abstracción ha hecho fugaz toda humanidad,
rituales seculares sin rito,
mitologías mundanas sin mito,
calles avenidas grandes superficies aulas oficinas
No miradas sino rotación,
el alma anónima de los sueños,
la ciencia toda de este mundo:
partículas flujos choques turbulencias
elisión del hombre reestructurado por una ley mejor
en el subterráneo interurbano,
no silencio y oscuridad lo que espera
No miradas sino redundancia
si los territorios de la mentira son amplios
queda el refugio de un mentir más poderoso:
vivir como si hubiera un sentido anterior
a la bondad misma de vivir.
6
Cual solía
me preocupaba meticulosamente
del color rubí opalescente
y el sabor profundo con regusto a vainilla
de mi copa a las dos del mediodía:
hora en que la única lectura recomendada
acostumbra a ser el epigrama delicioso
de la denominación de origen,
cuando tres gracias de dieciocho años
se acercaron a la barra de aquel bar,
y pensé al verlas tímidas,
ausentes de nostalgia,
ajenas y libres de futuros inescritos:
"Quiera la carne de que estáis hechas
que nunca ningún marino errabundo
de ojos azules,
alma solitaria y manos acogedoras,
pueda dañar la reciedumbre hermosa
de vuestros cuerpos,
todavía rodeados de la luz sin oriente
que salva hoy a mis ojos de la ceguera".
Y en cuanto a ti,
nereida en tierra firme y desolada,
tú seguirás pasando ante la cristalera
hecha trasparente en la neblina invernal
por mis ojos cansados de espera,
viaje por tu recuerdo
en este tren definitivamente
fuera de servicio.
7
Anochece en la ciudad
donde la primavera es un cúmulo de hojas
aventadas por el tráfico.
Los chorros de una humareda nerviosa
inundan los edificios
de apariencia vagamente decimonónica.
Es tiempo de acunar,
en los dormitorios vacíos,
los lamentos de los niños sin padres,
iluminar con el fuego fatuo de las pantallas
la paz doméstica de los telediarios.
Mamá prepara la cena,
los alimentos precocinados
esperan en las bandejas de los hornos microondas.
Papá consulta el teletexto,
buscando los resultados deportivos
de la jornada precedente.
Los hermanos se ocultan en sus habitaciones
con los cascos estereofónicos puestos
o las pantallas del ordenador encendidas y silenciosas.
El viento bate las persianas,
alguien sale a la terraza
para dar de comer al perro
o regar las macetas y los potos.
Los ruidos ya se apagan,
todo parece más lejano.
No es aún el silencio de los despertadores,
no es aún la quietud de los muebles de maderas artificiales,
no es aún el polvo atento que crece
entre las junturas de los espacios saturados.
Será posible un día estar con ellos,
ser como ellos, en su silencio, en su quietud,
en el polvo mismo con que envuelven su presencia
en los rincones de la casa familiar abandonada,
el abandono que somos nosotros mismos.
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