“Crecí bien irrigado bajo plásticos de invernadero andaluz: fertilizantes no me faltaron nunca, manos mimosas a menudo me acariciaron; aliento de robustos campesinos insuflaron en mi humilde espíritu vegetal el amor a la vida; corrientes de agua pura bañaron mi reverdecida piel, lisa y tirante, nudosa en ciertas partes..., pero gustosa por dentro. Pero el hado, cruel y ciego, me ha hecho padecer de enfermedad bacteriana, y así debilitado, viajo por el mundo en condiciones inhumanas y me discriminan en aduanas y mercados, no siendo yo culpable de esas poluciones de que me acusan... Para usos culinarios me trocean y parten, diluyen mi amargor natural con especias, esencias y fluidos y me mezclan con hortalizas sin categoría ni denominación de origen, y hablan mal de mí, y todo porque soy un pepino español... En Alemania me comen todo entero, sin ni siquiera dignarse a pelarme, cuando menos un poco, para que mi sequedad algo áspera se vuelva más húmeda. ¡Ojalá hubiera nacido polla, a lo que mis inclinaciones naturales me predisponían!”