LA HIPÓTESIS LITERARIA

El secreto mejor guardado de la Modernidad es la literatura, o por mejor decir, la ilusión que la literatura es capaz de crear, su poder de ocultar la verdad en el movimiento soberano de los signos y las apariencias.

La ilusión en la literatura es esta capacidad de devolver a los signos su condición de apariencias irreductibles al sentido. Los discursos de la objetividad sólo son verdaderos en la justa medida en que muestran signos sin duplicidad, sin fondo, esencias encarnadas del pensar en las que el desvelar mismo queda oculto en el resultado que es la propia objetividad. Por eso, el discurso de la objetividad sólo puede existir en el elemento de un lenguaje expurgado de su riqueza inmediata, un lenguaje donde los signos son privados de su condición de signos.

Sin embargo, la hipótesis que subyace y recorre el discurso otro de la literatura es la hipótesis radical que dice que el sentido mismo no es diferente de los signos, las apariencias no son diferentes de las esencias, lo oculto permanece oculto por debajo del desvelamiento. La literatura supone que la verdad de la ilusión es más fuerte que la ilusión de lo verdadero. La fascinación de la literatura no procede inmediatamente del orden de lo imaginario y de lo simbólico contrapuesto al principio de realidad.

La fascinación de la literatura, cuando la hay,  procede de la capacidad del lenguaje para desestabilizar desde dentro este orden impuesto por el principio de realidad, pues el lenguaje puede designar simultáneamente lo real, lo imaginario y lo simbólico, en la medida en que los signos no pertenecen a ninguno de estos órdenes establecidos. Los signos, más allá del dominio que sobre ellos intenta ejercer un pensamiento convertido en el doble de la objetividad, son el poder ontológico irreductible pero que permite a su vez toda reducción del pensar a lo pensado: un signo puede hacer inestable un orden dado, puede hacer falso lo más verdadero y puede hacer verdadero lo más falso. Porque el signo es amoral, porque puede colocar la reversibilidad en el corazón muerto de lo real. Esta reversibilidad que sólo los signos permiten hace aparecer formas de ilusión bajo las figuras inquietantes del azar, el destino, la fatalidad, la predestinación, los juegos de simulación, la impostura, la duplicidad o la dualidad.

Todas esas figuras excéntricas de lo real son formas puras del devenir otro, formas en las que el ser se vuelve otro, formas por tanto de transgresión, pues ellas están clausuradas por el principio de realidad y objetividad del discurso dominante de la modernidad. Lo que llamamos “racionalidad” consiste fundamentalmente en esta represión sobre las formas de aparecer el mundo, inhibición de las figuras de la ilusión, paréntesis donde se contiene lo “irracional”. Por ello, esta ilusión del mundo como algo nunca idéntico a sí mismo ha tenido que ser tomada siempre a cargo por la literatura, en los confines imprecisos de una marginalidad heredera de todos los universos simbólicos, de todos los órdenes arrumbados de lo imaginario. Con la literatura, la ilusión se venga silenciosamente de lo real IMPUESTO POR UN PRINCIPIO METAFÍSICO DE DOMINACIÓN, el de un mundo hecho a semejanza de lo objetivo.

Es cierto que la literatura se hace cargo de una vida sacrificada, sea para expresar la negatividad del principio de realidad, sea para evocar la posibilidad de una transgresión, sea para invocar la imaginación de las formas puras de aparición y desaparición del mundo. Si la literatura llega a ser a veces portadora de una seducción incomparable, es porque puede hacer aparecer al mundo como lo que es: un juego de ilusiones sobre un fondo de vacío, de sinsentido e insignificancia. Es falso que la literatura “produzca” sentido (¿compensatorio de qué?) como es falso que produzca sinsentido: su fuerza y su poder son de otro orden. Puede mantener abierto el mundo y alejarlo de la nada sólo cuando ella misma se presta a un juego de ilusiones y acepta interpretar el papel del loco envuelto en los signos y en las apariencias a los que ningún sentido definitivo puede estabilizar en presencia constante de lo mismo. El vacío del mundo aparece en toda su extensión de desierto cuando las figuras de la ilusión son retiradas o detenidas en la contrafigura de una verdad objetiva de la que se ha separado toda virtualidad de volver a lo abierto.

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