UN CICLO DE AFECTO DOMINANTE (GRANADA, 1992-1993)

 

El ritmo del tiempo estaba contenido

en el curso del aprendizaje,

acordado en una armonía secreta.

 

Octubre, tardío verano

y apenas se despertaba

la ansiedad de lo nuevo entre las primeras avenidas

de los árboles plateados,

dulcemente mecidos por el viento del crepúsculo.

 

Poco a poco entraba noviembre

rompiendo el plazo de la espera

y traía el recogimiento y la desposesión,

entre páginas de literaturas de épocas sin memoria.

 

La invencible ruptura hacia diciembre

y la costumbre de la lluvia al amanecer,

acodado en la almohada

y la mirada en el horario incumplido…

 

Enero no perdonaba la sensación de fracaso,

febrero reabría débilmente el horizonte embrumado

y los días de impaciencia estéril,

el progreso de una astucia insensata

que juega con los enamorados.

 

Marzo, mes de la tierra quemada y fría,

madurados ya sentíamos los sueños

de una cosecha inesperada que abril, buen mensajero,

nos consumiría imperceptiblemente

hasta dejarnos exhaustos de promesa.

 

Y después,

ya no quedaba sino un tiempo casi ajeno,

mayo y junio, para la consagración del próximo otoño

que recomenzase el ciclo bajo los cielos

de una ciudad de pesadilla, idéntica

a la del amanecer y los horarios incumplidos.

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