Así también tú como yo
puedes adaptarte a cada lectura
en los tiempos de cada verbo
y a través de sus inscripciones vagas,
que no reconstruyen ninguna memoria ni deseo,
sabes de nuestras personas irreconocibles
allí donde cada lectura nos cansa y deteriora.
Esta presuposición inagotable
de todo cuanto en nosotros pudo ser contenido
no ofende más que el tiempo irreparable
de una búsqueda insensata,
a través de rostros semejantes y diferentes,
a través de atardeceres comunes y calles comunales,
a través de cristales oficiosamente desamparados.
Nuestra llama no inventa estas metonimias,
pero ocultos sobrevivimos
en esos fragmentos opacos,
sin la tenacidad de su poder adherido
a nuestros cuerpos vacíos.
Cada acto desmemoriado
no funda más que la ausencia
y si miro un cielo tendido
sobre cristales rotos
cada estrella señala una espera
no consumida que devuelve deudas sin afrenta.
Y así qué lenta es la noche
cuando nadie la acompaña,
con palabras, sueños o deseos,
esas materias traidoras de que hacemos
lo irreal de esta presencia sin nombre,
más fuerte que la nuestra junto al mundo de los otros.
Contra esa vagorosa ausencia
imprecada de deseo escribo,
porque conozco también la noche
cuando detiene ese dolor diferido
con que llama del otro lado la memoria
y sustituye el nombre de las cosas.