EJERCICIO DE INCOMUNICACIÓN (INFANTES, 1999-2001)

Noche para tomarte lentamente

tras la espera en el círculo más bajo,

ahora, en el bajorrelieve estereofónico

de nuestras voces apagadas en los teléfonos.

 

Metal oscuro e inmisericorde,

desde la terraza solitaria a fines de septiembre,

dentro de esa vieja cabina en la intersección

de nuestras calles más queridas.

 

Cuando el frío ya baja de la sierra cercana

y los taxistas huyen de los focos infecciosos de la ciudad,

donde penetra la noche incubada en alcohol y mentira,

con sus árboles recién regados por los empleados municipales,

sus aceras limpias por unas horas y la extraña certidumbre

de los últimos enamorados que recorren las vías

extinguidas más allá de sus deseos impenetrables.

 

Estoy solo, otra vez, lo sabes,

cansado de que pienses estúpidamente

que aún hay gente nueva que conocer,

o ciertos matices amistosos o sentimentales que ensayar.

 

Estás sola, lo sé,

cansada de que te diga que no hay nada,

que la noche es una marea envenenada que me arrastra

hasta donde no hay nada más que esta voz

en forma mezquina de palabras a través de un hilo,

palabras impersonales como todas que quieren jugar

el juego fatal de la seducción improbable.

 

Pero lo sé, estás otra vez cansada

de que te diga que todavía hay tiempo para nosotros,

detrás de la luz convencional de miradas indiferentes,

de toda esas gentes, paisajes y emociones de diseño

que tanto quieres conocer,

pero de nada servirán a donde nosotros dirigimos

esta voluntad insensata de soledad.

 

Ya lo hemos vivido

y sabemos que todo su cansancio inexpresado,

todo su acuerdo unánime por la ilusión

nos fatigan más que nuestra propia vida.

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