SALMO PARA UNA REDENCIÓN INMERECIDA (VALDEPEÑAS, 1999)

Amaba, por qué no decirlo,

el silencio sereno de sus ojos negros,

cuando es tiempo de luz dañada;

el silencio dulce de su risa apagada,

cuando es tiempo de fruto estéril.

Así, la mano fuerte de la madre amiga.

Amaba, por qué no decirlo,

la bondad de lo que promete

un campo recién sembrado,

la bondad de lo que espera

el campesino un día nublado.

Así, la benevolencia grata de las desconocidas.

Amaba, por qué no decirlo,

la semejanza reunida en su cuerpo

de cuanto no puede ser sólo creado,

la verdad de la apariencia cierta

en el espejo de la incertidumbre

de los propios deseos sin cuerpo.

Así, la caprichosa risa de los retratos antiguos.

Amaba, por qué no decirlo,

su juventud sabia de hada

como en mis cuentos de niño,

su perfil elegante de dama de otro tiempo,

como en el relato hastiado de mis sueños;

su cabellera círcea de esclava

como Briseida en el poema de Homero.

Así, los versos que las desconocidas no podrán leer.

Amaba, por qué no decirlo,

lo ausente de su ausencia

en la memoria futura que no compartiremos,

la vida que podría donar

a cambio de tan poco precio,

la vida que podría sanar

a cambio de tan poco esfuerzo,

la vida que debió salvar

por unas palabras de ensalmo nada más.

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