Azul de diciembre, te oscurece
una noche que apresura sus estrellas
y sus lunas menos amigas,
te das prisa en no cumplir tu promesa.
Azul de otoño sin hojas que mezca una brisa,
pálido resplandor de un sol viejo
entre las paredes que contienen la penuria
de algunos malos sueños y algunos malos olvidos.
Azul ya claro que blanquea sin máscara de frío
estas insumisas palabras solas,
como en las calles donde erraba el viento
despierto de sierra cercana,
entre el calor de los cafés con la vejación
solitaria del domingo.
Azul para temprana rosa,
hacia el llano por el que descendía
suavemente la ciudad,
desde las casas moriscas y las calles
enredadas en cármenes de nombre dulce y raro.
Hoy, otros aires de viejo azul pasean
avenidas que sacrifican su soledad
a la fiesta del hombre ocioso,
el que deambula en el caos ordenado de espacios previstos.
Hoy, otros aires de viejo azul impulsan
nubes desatadas de amarras invisibles,
nubes como gacelas sorprendidas
por un ojo anterior a la mirada.
Bajo esos aires de entonces,
posabas para alguna fotografía
sobre la barbacana que separaba el mirador
de la alta ciudadela árabe.
Y pensábamos en las mezquinas habitaciones
donde pudimos rehacer sueños de cobre,
que otoñecerían luego sin promesa,
en los ojos que tenían que abrir más su ceguera.
Si la lluvia te devuelve al sueño
y los sueños te devuelven a la lluvia,
si aún los gorriones pían
su fluir oculto desde un cielo
como el que he llenado de palabras ajenas y mías,
si la luz es la misma que nos abrigaba
cuando la muerte quería el poder de desearnos:
en vano decidí ser la pujanza de un sueño sin raíces,
la trasparencia de un aire envuelto en lluvia,
la voz que se agita entre llamaradas de tiempo profanado,
la luz que despierta la miseria abstracta de la vida.