LECTURAS PARA UN SUICIDIO CULTURAL (2001)

 

La visita a las librerías, privilegio económico de incalculable valor moral, expresa sin ambigüedades el viaje iniciático del auto-exiliado social contemporáneo. Lo de viaje puede parecer alucinógeno y lo es.

El infortunado se detiene en primer lugar junto a la entrada, exactamente frente al gran cenicero de aluminio que simula plástico o viceversa. Desde allí, casi sin ser visto, aunque peligrosamente cercano a las cajeras, cuyas horas naufragan en las ranuras de las tarjetas de crédito, observa con detenimiento la fauna de visitantes y compradores de libros.

En general, no hay demasiadas sorpresas: suelen ser turistas jóvenes y viejos (curiosamente nunca de mediana edad, a éstos habría que situarlos en algún punto inconcreto entre las estaciones de montaña y los mares cálidos), aprendices desastrosos de inglés comercial, buscadores deprimidos de objetos de regalo a los que las ideas inspiradoras de un amor comercial se les han acabado y se limitan a cumplir tardíamente con una educada función social que afortunadamente pronto desaparecerá.

A estas tres categorías de consumo pragmático de libros, cabe añadir una cuarta: la de los consumidores de libros como objeto suntuario. A estos casi siempre se les reconoce porque se les suele encontrar hojeando emocionadamente voluminosos libros de arte, enormes diccionarios enciclopédicos, obras de gastronomía de lujo: los ojos vidriosos detenidos enfáticamente ante las abundantes ilustraciones que garantizan la calidad del material.

Esporádicamente, aparece una quinta categoría de visitantes, los ubicuos o ecuménicos: son los que siempre se pueden encontrar en la sección de novela extranjera, buscando penosamente las últimas novedades de las editoriales más importantes del país, con una mirada entre ecuánime y recelosa, pues quieren ser los primeros en adquirir la primera edición de tal o cual autor conocido al menos por otros diez mil compatriotas lectores, muchos de los cuales reciben gratis estas suculentas novedades porque son críticos y profesores, y deben conseguir material sobre el que ejercitar sus dotes y sus dones naturales en la realimentación artesanal de la cadena productiva.

Una rápida ojeada a los compañeros de infortunio, y me decido finalmente a entrar ya de cuerpo entero en el establecimiento. Me dirijo a los estantes menos concurridos, pero aun así debo abrirme paso dando algunos codazos y pisotones, de los que me disculpo sin mirar a nadie en particular, ya que no quiero añadir al agravio la ofensa. No tengo muchas opciones, el ambiente está crispado y saturado, los compradores de libros compien con ánimo rebelde en la cola de pago, casi hay que pelearse como en el autobús para lograr hacerse sitio, y aun así la masa compacta que desfila por los pasillos me condena a centrar mi inmovilizada atención en una sección que lleva el vistoso anuncio en gruesas y grandes letras de amarillo vivaz sobre fondo negro, en que se puede leer sin esfuerzo: ESOTERISMO.

Al principio, consciente de la penuria de mi saber en esta materia, cualquiera que ella sea, pienso que he caído en un lugar no del todo desagradable, pero intento disimular mi presencia repentina e involuntaria junto a aquellos libros consultando las guías turísticas de medio mundo en los estantes contiguos. No se trata de ningún prejuicio, simplemente me temo lo peor.

Cuando la gente de mi pasillo desaparece lentamente enfilándose con orden hacia la caja de pago, me vuelvo a dirigir unos pasos más allá y llevo la mirada directamente sobre el centro de la estantería de los volúmenes esotéricos que contienen esoterismo. Leo los primeros títulos que van desfilando ante mis ojos: lomos de vivos colores de una colección de bolsillo. Me encuentro brutalmente con el Tao te king, el Libro tibetano de los muertos, el Hermes Trimegisto, el Corán, algún evangelio gnóstico, los cuentos sufíes, los Analecta de Confucio, y otros muchos volúmenes de este género, mezclados con técnicas de relajación corporal, “autotest” psicológicos para medir y verificar el grado de éxito profesional y amoroso, ensayos sobre la depresión, los traumas post-parto de los que nada sé y la terapia de estimulación clitoriana de la que demasiado sé.

Cuando sin comprar nada vuelvo sobre mis pasos y salgo a la calle de repente iluminada por un agresivo sol mediterráneo, me dirijo al viejo almacén de vinos junto a la plaza del mercado municipal de abastos, y después de pedir un buen vino dulce de la tierra, a medida que me lo voy bebiendo sorbito a sorbito, me digo que la sabiduría humana no se merecía aquello, ya sé que vivimos en tiempos post-metafísicos y no hay que preocuparse mucho en serio por nada, o de lo contrario esa nada de la que no te preocupas se hará dueña de ti y tú no lo sabrás…

Claro, rápidamente reacciono y me contradigo ya al borde del llanto: también existió Hegel que, como muchos luego, hizo exactamente lo mismo que estos reponedores de libros tan atareados, que con buen criterio humanista y ecuménico ordenan mis elecciones de lectura.

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