BIENAVENTURANZA (VALDEPEÑAS, 1998)

Sin pan ni vino he de vivir,
sin compartir la palabra de las noches
(nadie lee, nadie escucha:
no habrá testimonio contra el que escribe).
Rechacé comer en mi cena mal abastecida
la palabra avinagrada de la gente sin color ni calor,
palabra siempre culpable de su inocencia,
que agradece el buen tiempo y dice la hora.

No tengo pan ni vino que compartir con ellos,
su tiranía de comunes facilidades
decidió hace mucho expulsarme de su paraíso domesticado,
el triste incrédulo de sus buenas esperanzas,
con bien mezquinas armas para una lucha desigual:
la juventud desaliñada sin oriente,
la cabeza aventada de inútil criticismo,
el silencio brutal de animal cansado,
la voluntad gironeada
de ver cosas vistas por todos que nadie mira,
de escribir palabras escritas por todos que nadie lee,
de sentir cosas sentidas por todos que nadie recuerda…

Pero yo soy uno de los condenados,
inexperto en su oficio,
soy yo quien escribo para acunarme,
no prosas azules ni versos violetas
sino textos salvados del desperdicio;
el que sabe temprano que no queda ningún buen ritmo
para bailar la danza presurosa de la vida,
sino sólo muecas contrahechas y pasos de verdugo,
mártir indolente del todo da igual:
uno, yo, nosotros, los que ya sólo danzamos
como grandes osos enfermos,
osos heridos a medio cazar
que ya leyeron a Nietzsche en los inviernos de guerras televisadas,
y los lugares impíos de la noche en la ciudad de los insomnios,
cuando todo podía descubrir o inventar su verdad,
y el reverso de las cosas no mostraba
la corrosión del instinto satisfecho,
cuando no había que buscar pretextos imaginarios
para justificar la insensatez del hastío,
dialogando con nosotros mismos ante el frío de los cristales,
fingiendo una multiplicidad ociosa de subjetividades
equivalentes a la nuestra…

Y todo lo que queda después
es el avispero devorador,
el vértigo obstinado,
los bellos borrones de las vidas
en las blancuras glaciales del papel,
escena sobre la que no aparecerá
ningún dios, genio o demonio,
sino tan sólo la mansedumbre exquisita
de nuestras vidas trasparentes y solitarias…

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