Alguna noche de tantas,
en el declive de las horas sin sueño,
debimos hablar de esto,
de nuestro ideal silencioso de vida,
cuando aún había fuerzas para imaginar lo común
de un tiempo por venir.
Te hubiera hablado de una casa pequeña
bajo un cielo gris, sin ofuscaciones,
cerca de un bosque perdido
en la falda de alguna montaña,
siempre más al norte;
un sendero que llevara a un pueblo cercano
sin coste vacacional añadido;
donde las brumas de la mañana
nos hicieran olvidar los lugares
de los que procedemos.
Otros buscan la amistad o el amor,
con la ansiedad por las cosas sin rostro,
en la superficie de los cuerpos y las mentes estériles;
la turbiedad de emociones y deseos
que hacen la vida aún más miserable,
huyendo todos siempre de no importa qué,
pero llevan consigo a todas partes
el fraude inconsolable del mismo presente,
la misma impostura de la inocencia que desconoce.
No nos hubiera hecho falta ser tan considerados
con nosotros mismos y nuestras desilusiones,
no nos hubiera hecho falta insistir
en los recuerdos enmudecidos
que aleteaban cada noche,
si sabíamos que todas las ilusiones,
todas las seducciones y su cortejo
son las mariposas de una especie rara e inclasificada.