Fue la extraña habilidad adolescente
de inventar paisajes, fortunas y deseos,
la extraña inquietud del corazón joven
de fingir lo foráneo en lo habitualmente obsceno,
de ensayar trajes solemnes de época,
cuando todos los hábitos estaban por hacerse a la medida,
la espera de un vals viejo,
cuando el tiempo apremia a buscar pareja.
Y mientras tanto, la orquesta senil afinaba
lánguidamente sus instrumentos,
y se extinguían las voces y sus ecos,
las lámparas veladas en los techos se encendían,
cuando las parejas al ritmo de sus pasos desganados
se dirigían al centro de la sala.
Así otra vez y siempre,
se afina el cuerpo cuando extingue sus deseos,
si lo acarician luces de noche
que amortiguan la falsedad de los encuentros.
Y los cansancios indecibles permanecen,
como si el príncipe se hubiera olvidado
de descubrir el zapato de la dama del cuento.