Lluvia, en mis días oscuros,
bienvenida seas,
no ha sido larga la espera.
Hubo esa tarde relámpagos y truenos,
vencejos ruidosos de alas mojadas
volaron hasta las torres endurecidas
de iglesias vacías.
Y luego los chiquillos que estudiaban el catecismo
corrían por la plaza del pueblo,
se guarecían bajo los soportales de piedra arenisca,-
supieron guardar silencio,
la vieja piedra agrisada
contenía las fuerzas del pasado y el futuro.
El tiempo tuvo por una vez sentido.
Pensaste en la comunidad dispersa y maldita de los hombres,
había mujeres con paraguas celestes
que brillaban contra el aguacero,
un olor remoto y cercano se desprendía
de la tierra y el cielo,
como sólo existe en los campos
recién florecidos de almendros.
Las compañías eléctricas experimentaban su inmunidad,
un tiempo rojo de ruina, la usura.
Una tarde simple de mayo.
Lo quisiste creer,
alguna mujer daba de mamar a un niño,
por un momento vivir no fue orfandad,
si todos los silencios malgastados
pudieran comprenderse ante cualquier altar del hombre.
Gaviotas en otro mar
sacudidas por el aguacero,
mis viejas figuras oscuras de alquitrán.
Y bien, amor mío,
éste es el sentido que se muestra
junto a las cafeteras exprés
en las tardes cuando la escritura
se consuma en el deseo de una vida
que siempre podría comenzar de nuevo,
como si nuca hubiera existido la electricidad.
No imaginé lo que el tiempo por venir me ocultaría,
ni supe escuchar la voz que siempre llama desde el otro lado.