LA EDAD DEL TOCADOR (MÁLAGA, 1997)

Ya es hora, te lo susurra en confianza
el espejo cuajado de vapor después de la ducha.
Ya es hora, te lo está chirriando desdeñoso
el elástico de las braguitas soñadoras.
Ya es hora, pues, de ir al endocrinólogo,
mujer esbelta,
porque se te cae la microlínea adiposa de flotación
en las caderas no tan púberes como quisieras.

Querida mía, debes ir al endocrino pronto,
para que el estilo recupere su posesión
en tu cuerpo desportillado por la dietética.
Sí, amor mío, vayamos al endocrino
y en la sala de espera tras la fronda de un Wagner aséptico,
una vez más acariciémonos con lenta pesadumbre
los restos de vieja celulitis sin compromiso;
soñemos libremente
en la felicidad de los cuerpos glorificados,
porque han bajado a la tierra
mientras nosotros engordábamos
sentados ante nuestras teclas
y mirábamos como ahogados
por las pantallas durante ese largo otoño de lamento,
ese prolongado invierno de oscuridad hermética
en nuestra carne fría, conserva de abrigos apolillados.

Resplandezcamos juntos entre la viva amarillez
de los trigos en verano cuando contemplamos culitos de bebé
en los carteles publicitarios de colores perfectos.
Coge todos tus deseos apretados en un ramo
de orquídeas desinfectadas
y mírate en el espejo desnuda sin falsos esplendores,
tu cuerpo dietetizado y pagano,
amor de demasiadas lunas sin primavera:
deja que te penetre la claridad noética de la verdad,
de esta única realidad social que nos queda.

Mi querido osito gruñón,
zumos y verduras te prepararé todos los días,
seré el esclavo del cuidado
para el junco salvaje de tu delgadez hiperestésica,
si no mujer-poesía, serás mujer con jugo de rábanos y zanahorias;
visitaremos juntos las tiendas de moda
para que puedas probarte docenas de bañadores sin prisa;
chapotearemos en piscinas higiénicas
antes de viajar a las playas bajo la luna
que anuncian las agencias con vistosas fotografías,
las mismas de todos los años.

Te regalaré cuanto es posible gozar
en este mundo de plástico y pvc,
para que deslumbres a tus amigas,
tanta Monica Vitti insatisfecha
en el desierto azul del estrés y los teléfonos inalámbricos.
Y cuando nos cansemos de naufragar
en el tedio de las horas,
sobre tu cuerpo desinflado en octubre de mis delicias ocultas,
lameré con lengua de fuego sin profecía
la aritmética ociosa de nuestros dentífricos,
y volveremos a ir al endocrino tras la Navidad.

No lo lamentes,
ya ves qué duro es vivir bajo un régimen ginocéntrico
y su bella normalidad.

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