Se trataba de un «golpe de Estado».
No fue necesario el uso de la fuerza armada. Se amenazó con ceses fulminantes. No fue necesario ejecutarlos. Se esperaba «violencia», pero la brisa, mesetaria o mediterránea, ayudó agitando banderas.
El aire de octubre prometía una Revolución. El deseo evocador de cambio hasta llegó a hacer sospechosos a los mansos cajeros automáticos. Los Homeros ciegos pero bien pagados hicieron el resto. Y las pantallas, pozos sin fondo de la mentira, emitían señales de revuelta.
Hoy, Revolución aplacada de Covachuelistas en Madrid y Barcelona, todos vuelven a su puesto en la oficina, se restriegan los ojos y piden otro café bien cargado. Normalidad española.