Casi tan elegantes como Gary Grant. Los cerebros, como las cajas de caudales, llenos de sus huellas dactilares. Esnobistas, les gustaría fingir la clase que no tienen.
La autarquía les dio a luz malparidos, la industrialización sesentañera les dio lustre, la crisis de los setenta los hizo reflexivos, en los ochenta realizaron sus sueños cosmopolitas, en los noventa eran dueños de todo, y, como esas viejas damas que se pierden el respeto, ofrecen su pintarrajeado cuerpo a cualquiera: se les puede ver de noche pasear por los barrios viejos en compañías infames.
Los perros se apartan a su paso. Tienen clientes fijos a ciertas horas.
Durante el día se esconden en Tribunales, Consejos de Ministros y bancadas de Parlamentos.