En el campo de internamiento, nos ofrecieron al llegar un delicioso recibimiento: una banda de música elegantemente uniformada tocaba viejos pasodobles muy populares en los años treinta.
Luego nos separaron y dividieron en brigadas de trabajo a cargo de un Kapo, al que debíamos obedecer en todo bajo severas penas de ostracismo social.
El nuestro nos leía en exquisito francés el “Contrat Social” y recuerdo aquel pasaje bajo cuyo recitado tantos cintarazos nos daba con extraño deleite en una mirada sincera:
“…Que quiconque refusera d’obéir à la volonté générale y sera contraint par tout le corps: ce qui ne signifie autre chose sinon qu’on le forçera d’être libre…”.