“Minotauro, has de morir bajo la espada del noble ateniense. Tu laberinto no te librará. Eres hijo de la barbarie incestuosa. Estás herido de muerte, deja de bufar. Te arrastrarás todavía mucho tiempo arrojando aquí y allá tus mugidos de animal herido, tu tiempo de aterrorizar a los débiles hombrecillos que los esclavos de Minos te arrojaban como carne de matadero se ha acabado. Vamos, rápido, que Ariadna nos espera y su amor bien vale tu muerte.”
Comido por las pulgas del jergón, Teseo despertó poco antes del amanecer del día señalado. Se miró a las aguas del río, sin vestir todavía la armadura, y vio un rostro desconocido, apenas humano.