SOBRE UNA CONCEPCIÓN ARISTOCRÁTICA DEL PLACER SEXUAL (2011)

Estimado amigo:

No escribo demasiado en estos días de invierno manchego, porque en las últimas semanas he estado leyendo por segunda vez de manera discontinua la “Historia de la sexualidad”, un portentoso ejercicio filosófico de Michel Foucault sobre la formación del “sujeto de deseo” en Occidente desde los griegos en adelante. La obra quedó inconclusa por la muerte del autor en 1984.

De todas maneras, la reconstrucción hermenéutica que hace de los placeres sexuales y su estatuto “moral” entre las élites filosóficas del mundo antiguo es algo apasionante, a poco que uno quiera desvincularse de este estúpido presente. En particular, el tema de la posición de la mujer y del tratamiento del amor pederástico trasforma o corrobora, según los gustos de cada uno, muchos prejuicios inanes. La filosofía antigua es incomprensible si no se conoce a qué apuntaban muchas de sus actitudes. Inútil leer la “Etica a Nicómaco” si uno no sobreentiende de qué tipología humana se habla, de qué hombres, con qué jerarquía de valores y conductas se habla.

Los griegos adultos, vigorosos hombres libres con esclavos y esclavas, que pasaban la mayor parte del tiempo alejados de su hogar con otros hombres y con adolescentes, en los baños, en el gimnasio, en la palestra, realmente no tenían percepción de la mujer ni en sentido estético ni ético, porque su espacio vital no la tenía presente para nada: lo realmente omnipresente era la voz, el gesto, el cuerpo y la corporeidad de otros hombres, muy a menudo contemplados en su desnudez, entre los que destacaban, con un aura de indecible belleza para ellos, los cuerpos adolescentes.

Fornicar con la propia esposa no era recomendable más de tres veces por mes, a veces con gran asco, según los consejos de dietética de los médicos del siglo V-IV y en general sólo para mantenerla con buen ánimo (según la teoría de los humores y de la relación entre sequedad y frialdad de éstos, la matriz de la mujer debe ser mantenida húmeda para favorecer las menstruaciones y conservar un cierto equilibrio de su voluble ánimo).

Foucault da en la clave de un tipo de concepción de los placeres que es la propia de todas las aristocracias auténticas (el tema se podría llevar al contexto de los “samurais”): la relación sexual no pasa por la división hombre-mujer sino por la polaridad pasivo-activo: de ahí por ejemplo que, aunque en Grecia y en Roma, las relaciones homosexuales estaban bastante generalizadas, sin embargo existía cierta repugnancia a que un hombre adulto, de buena reputación, hiciese el papel pasivo con otro hombre y con un joven o adolescente todavía era más menospreciable.

Lo que sorprende en el cine porno, erótico y en general en la propia vida actual, tal como se experimenta la sexualidad desde el privilegio absurdo del orgasmo de la mujer, al que unos hombres-máquina deben servir como resortes industriales, es precisamente esta nueva situación en la que el papel activo ha dejado de poseerlo el hombre, al menos en las formas en que hoy se socializa y vivencializa el tipo de sexualidad de consumo.

El papel activo, sea con la mujer, sea con otro hombre, era lo que los griegos valoraban y estimaban, ya que según Foucault, tenían una concepción de los placeres integramente fundada en el privilegio de la eyaculación, de la que tenían una imagen viril extremadamente coherente y sincera, hasta el punto de que para ellos la sexualidad de la mujer, inexistente fuera de este esquema, era pensaba y percibida como un proceso del mismo tipo y de la misma naturaleza: la frotación de los genitales y el movimiento del cuerpo produce un calor corporal que hace “espumear” la sangre hasta el punto de que el semen masculino es el producto de esta dinámica y esta energía de los cuerpos, y por tanto un privilegio absoluto de la naturaleza masculina. La eyaculación y el orgasmo femenino son un derivado de esta potencia (la misma concepción, incluso más decantada a favor del hombre, está presente en la China antigua, desde el Tao hasta la medicina tradicional).

El hombre es el señor de sus eyaculaciones, no el que sirve como medio para las eyaculaciones de otros u otras. La idea de placer, en este contexto vital e ideológico, sigue un sólido esquema: toda la moral de la temperancia y el refreno es realmente un ideal del autodominio, de la autolimitación. En el plano sexual, los griegos llegaron al extremo de buscar la abstinencia con los adolescentes como señal de un espíritu superior (el amor “socrático”, luego “platónico”, es un amor entre hombres, pero sólo en la forma de la relación joven-adulto y en un plano de elipsis de la penetración).

Realmente, esta abstinencia fue muy infrecuente: el propio Platón tenía un amante joven que fue su compañero de lecho durante toda la vida, aunque entretanto pensaba en “El Banquete”.

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