El otrora temido Rey de Uropía, descontento, en su senescente majestad, de la marcha de los asuntos de su Reino, mandó convocar la Asamblea de Notables.
Allá marcharon todos los delegados de cada región, comarca, feudo, ciudad libre y principado imperial. Entre chanzas de colegiales y borracheras de palurdos, durante agotadores jornadas atravesaban los campos y los días a lomos de sus cabalgaduras, en otro tiempo briosos animales de carga y de combate, hoy jamelgos ya inservibles.
Alguno recordaba, al vivac de las fogatas, cuando los lobos aullaban en la medianoche, un tiempo inverosímil de su juventud de honor y vileza, de antes de que se decretase el abandono de las armaduras de oro repujado, los pendones ensangrentados y la prohibición de los imponentes paramentos militares, ahora yacentes en Museos de Memoria Histórica.
Así que ataviados de su mejor ropa interior y de dormir, gorros de franela con preciosas borlas y calzas de lana, camisas de lino y calcetines dobles de piel de oveja, los Notables llegaron a la capital del Reino, cuyas murallas desdentadas habían conocido la espada reciente de muchos bárbaros invasores, las calles despobladas de gentíos antaño mercantiles y las casas palaciegas derruidas en el aquelarre de las llamas de mil incendios.
En la sala de reuniones apenas alumbraban unas cuantas antorchas humeantes, que chisporroteaban en mala brea de importación de lejanas tierras, y la oscuridad y el olor a polvo y humedad de encierro volvían inhóspita la gran estancia.
A ambos lados del Rey se sentaron los Notables y uno de ellos, el Gran Consejero del Sello, leía en el centro ante el solio real el Orden del Día sobre los asuntos de Estado por tratar.
Tras acabar larga peroración sobre las glorias pasadas del Reino, finalmente anunció:
– Se ruega se ofrezcan voluntarios para sostener el Orinal Real a primera hora de la mañana.
– ITEM más se solicita la colaboración de los Gentiles Hombres para las tareas de vaciarlo al final del día.
A lo que el nonagenario bufón del rey, de rígida barba blanca y ceño siempre irritado, añadió en voz baja para su sayo:
–Al menos, los mortinatos no demandarán venganza por nuestras faltas, pues ya no nos quedan vientres de mujer y mucho menos ímpetu varonil capaz de empreñarlos