EL DOBLE MALÉVOLO

Quién es el doble de quién, o cuando el sujeto se auto-determina como sujeto- el asesinato del doble como “la supresión ontológica del mundo exterior”.

El tema central de la novela de Vladimir Nabokov  “Desesperación” (primera versión en ruso de 1.932) es sólo aparentemente un viejo motivo del romanticismo alemán, relacionado con la identidad del sujeto y obsesivamente puesto en circulación por el expresionismo plástico, literario y cinematográfico por los años en que fue escrita esta novela de un cinismo y una malevolencia portentosos: el tema de “el doble”, fusionado con otro conocido motivo de la novela detectivesca, el del crimen perfecto.

Habría que añadir un tercer tema, de orden cognoscitivo o metafísico: la pregunta acerca de qué se entiende por semejanza y diferencia entre las cosas cuando no hay un patrón o arquetipo original para compararlas sino tan sólo residuos de una memoria desorganizada y engañosa, ilusiones que pueden provocar la confusión, percepción filtrada por unos sentidos tendenciosos: ¿cómo podemos conocer la Idea si sólo tenemos copias de ella?. Es evidente que se trata aquí de uno de los temas metafísicos más viejos y fundamentales de la tradición occidental: no hay que olvidarlo, fundada sobre el principio de identidad y de no-contradicción: el viejo asunto platónico de los arquetipos, las formas y las sombras sensibles.

Pero hay además un nivel de profundidad mayor: las ilusiones conducen a actos “reales” pero siempre errados, o toda acción no es más que el resultado de un extraño espejismo, donde lo racional se presenta como un medio pragmático para la consecución de un fin irracional. Todo acto de identificación es ya un asesinato simbólico porque es una supresión de la alteridad.

Esta es exactamente la lógica implícita de la subjetividad moderna como estructura psicologizada de control social y cultural: la reducción del individuo a la identidad consigo mismo, requisito de la igualdad y equivalencia de los individuos. En un orden así configurado, el otro del individuo sólo puede ser su doble aterrador, su doble fantasmagórico, su doble simbólico como mera proyección: nunca será un otro totalmente otro. Nuestro equilibrio anímico depende de nuestra presunta no-intercambiabilidad constitutiva como seres “singulares”, del mismo modo que nuestra dignidad moderna como humanos depende de la universalidad de unos derechos idénticos para todos.

Herman Karlovitch, el protagonista narrador de la novela, encuentra al que considera un doble en Praga y decide matarlo. Desde el comienzo su ambición es ocupar el lugar de su doble, desprenderse de sí mismo, y, por tanto, ocupar la plaza del muerto. Toda la historia consiste en el desarrollo de este plan secreto hasta su consumación. Herman suplanta la identidad de su doble, un vagabundo de incierto origen, del que apenas sabe nada más que el nombre, Felix, y unos pocos datos más. Una vez cometido el crimen, que cree perfecto, huye a unas pequeñas poblaciones francesas de los Pirineos, en donde escribe, con creciente irritación y delirio, a medida que va conociendo los resultados de la investigación policial, el proceso de la historia: nadie se da cuenta del parecido entre el hombre asesinado y él mismo, por lo que se le imputa el crimen. Para colmo, un objeto insignificante, en el que no reparó, identifica al cadáver.

Sólo cuando vuelve a leer lo que ha escrito,  Herman se da cuenta de su error: el bastón del vagabundo se quedó en su coche cuando entraron en el bosque. Toda su ambición era reivindicar la paternidad de un crimen perfecto, de su crimen como obra de arte. Parábola estupenda para interpretar ontológicamente lo que significa la irrupción de la subjetividad moderna en un mundo en adelante recreado a su medida.

El móvil del crimen es completamente banal: cobrar su propio seguro de vida, haciendo creer a la policía que el asesinado es él, Herman. Pese a esta banalidad, Herman ansía el reconocimiento, la singularidad de haber cometido un crimen perfecto, meditado a lo largo de casi un año. Por eso, escribe su historia, para que el público reconozca algún día su genialidad como asesino. El “cambiazo”, sin embargo, no logra su objetivo.

A lo largo de la novela, resulta bastante evidente que Herman es un loco, un esquizofrénico. Su realidad es tan estrecha como la de un pez en un acuario (hay un clima muy extraño que envuelve los lugares que visita, las palabras que pronuncia, los pensamientos que comunica…), pero tiene un arma que lo trasfigura todo y le concede poder de supervivencia: su capacidad de inventar mentiras y vivir en ellas con completa naturalidad. Su mujer lo engaña con su primo, Herman la odia y la desprecia pero puede perfectamente hacer compatibles sin contradicción este sentimiento con cualquier otro. Es un ser metódico y pulcro hasta la exageración, en sus modos de vestir y en su conducta social; frío, cínico y distante, probablemente un homosexual reprimido con una personalidad escindida en dos mitades, un ser dividido pero con una extraordinaria capacidad de fabulación, como suele ocurrir con los neuróticos “cultos” de su estirpe, de los que el propio Nabokov ha dado cumplida cuenta en el trazado de sus tipos.

Dos motivos, entre otros muchos, manifiestan esta personalidad: su disociación durante el acto sexual y el terror de los espejos. La primera expresa actitudes diversas: voyerismo, narcisismo, desimplicación afectiva, etc. La segunda se relaciona también con la primera:  Herman no soporta su imagen reflejada sencillamente porque nada puede reflejarlo, porque él busca y construye mentalmente semejanzas pero nada, absolutamente nada puede ser semejante a él: esto es lo más odioso, el que exista la sola posibilidad del doble, pues si el doble existe, Herman deja de existir. Por tanto, se inventa un doble y lo mata. Esa era exactamente su más profunda obsesión: hacer desaparecer todo rastro propio asesinando al doble y tomando su identidad, una especie psicologizada de trasmigración de las almas, de metempsícosis moderna del yo envuelto por la mirada clínica.

Por supuesto, hay mucho de burla, de “private joke”, de juego intelectual en la manipulación literaria que Nabokov lleva a cabo sobre estos materiales caracterizadamente “psicoanalíticos”, añagazas siempre reiteradas en sus novelas, donde se suele tomar como punto de partida un caso “clínico”: la pedofilia decadente de Humbert o el incesto luminoso de Van Veen y Ada, intentando siempre sabotear alegremente la presunta racionalidad psicológica de los lectores más informados sobre temas psicoanalíticos, provocando lecturas oblicuas completamente desviadas del juego fundamental que propone el autor.

 

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