El maestro pidió a los alumnos una redacción escolar para obtener el aprobado al final del trimestre. Formuló la cuestión, tan enigmática cuanto evidente:
-¿Qué pecados hemos cometido para llegar a este punto? (Jesús Cacho, VP, 26 de abril de 2019, vísperas de advenimiento del Tercer Mesías)
Los pupilos se aplicaron a la ardua tarea de pergeñar vocablos, cada uno según la dotación del espíritu infuso o provisto por el ideal de estilo periodístico del manual de “El País”.
Pero no tenían nada claro cuál era ese “pecado”, ni quién o quiénes lo habían cometido, ni cuándo y dónde se originó la falta, ni qué recóndito significado podía albergarse en ese indefinido “punto” al que no menos confusamente había llegado un desconocido sujeto de imputación en primera persona del plural.
Así que el más atolondrado, los ojos fijos en una gorda mosca azul, que copulaba con otra rojiza no menos repulsiva en el cristal sucio de una ventana del aula, comenzó su redacción escolar con la frase que tantas veces había escuchado de los mayores cuando era poco más que un bebé y le contaban cuentos para dormir, allá por los tiempos en que se llevó a buen término la casi unánime aprobación de una reconciliadora Constitución que por fin legalizaba una vieja tiranía bien atemperada y eficiente, pero largo tiempo usurpadora:
“La vaca dice mu, el perro dice guau, el gato dice miau… Y este domingo mis padres asistirán al colegio electoral y declamarán otra vez bee, bee, sorprendiéndose a sí mismos de haberse aprendido tan bien la vieja lección, una vez más los ojos abiertos sin ira, pero con un corazón desafecto a la libertad, rebosante de su ausencia bendecida, así en el espíritu como en las obras”.
Torre del Mar (Málaga), abril de 2019