Recuerdo mi única y tal vez decisiva experiencia política.
Sería el año 1989, quizás a finales de un mayo muy caluroso, creo que había algo parecido a unas elecciones aquel mismo año en el mes de junio, a los pocos días, un domingo con toda seguridad. Paseaba por un parque de aquella ciudad universitaria. De repente oigo un clamor lejano. Me acerco un poco más al lugar de donde procede la algarabía y a medida que me voy acercando puedo sentir confusamente una mezcla estridente de júbilo, súplicas, expectación y expectoraciones.
De unas decenas de autobuses estacionados en hilera junto a la zona de aparcamiento, todo a lo largo del gran parque recientemente construido a la sombra de una nueva zona residencial y un hipermercado de capital francés, desciende una turbamulta de sexagenarios y septuagenarios, perfectamente redirigidos y ordenados por la policía municipal. Apenas tardan en colocarse en apretadas filas ante un pabellón elevado del que emerge un sistema de megafonía cuidadosamente dispuesto a ambos lados de un alto atril en el que ya puede distinguirse una figura reconocible.
Al principio se hace el silencio. La figura toma la palabra y eleva las manos al cielo a menudo, las agita sobre su cabeza en gesto de suave tremolina y luego hace descender sus brazos y los cruza armoniosamente sobre su regazo. Estoy demasiado lejos y la curiosidad me pica: me suena mucho esa voz con un deje sevillano no disimulado, incluso enfatizado.
Me abro paso entre las filas laterales del gentío hasta llegar a donde puedo ver mejor a la figura. Alrededor de mí oigo susurros aprobatorios, cuchicheos que matizan sin grave disensión, un generalizado “sottovoce” del que emerge sin aristas la firme columna de la unanimidad.
La cara de esta figura me empieza a resultar familiar, creo haberla visto en la tele y en las fotografías de la prensa. Por lo que puedo leer en los carteles y las vallas publicitarias es candidato a algo. Al parecer, incluso, quiere ser nombrado otra vez Presidente de Gobierno. Y con esta nueva elección serán ya tres periodos consecutivos en el cargo.
El público aplaude cada latigazo verbal, en el que reconoce una pulla que sabe apreciar en una paciente degustación rumiante. Lo que más me llama la atención es la constante comparación entre el pasado y el presente, palabras chispeantes como los polos de una carga eléctrica: pasado/malo/negativo; presente/bueno/positivo.
Empiezo a entender la lógica política que se oculta en este acontecimiento público: la figura habla de pensiones y facilidades de vida y comodidades, por él traídas a la clase de los jubilados. Con su cazadora crema tostado, él es la clase obrera orgullosa de serlo, aunque ya tal vez achacosa y reumática, pero receptora heroica de bien merecidos cuidados, incluso paliativos.
Por la misma época, un joven vallisoletano, ya entonces muy bien colocado por sus padrinos, comenzaba a hacer carrera. Otros achacosos no menos genuflexivos, hijos del hartazgo del egocentrismo de clase, sin duda también estarían aplaudiéndolo en aquel mismo momento en algún lugar parecido y por las mismas pero inversas razones.
Torre del Mar (Málaga), abril de 2019