LA REPÚBLICA Y LA IZQUIERDA, O LOS SUEÑOS HÚMEDOS DE LA NOMENKLATURA (2018-2019)

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Me cuesta cada vez mayor esfuerzo leer los artículos de opinión de la prensa española. Una de dos: o los autores viven en un mundo que no es el mío, o yo vivo en un mundo que no es el de los autores. Quiero decir que los presupuestos de los que parten son muy discutibles, incluso cuando la orientación de la crítica ofrezca la ilusión de “realismo referencial”, es decir, la ilusión de creer que se está hablando de algo real, que existe realmente tan sólo porque un discurso lingüístico lo evoca y le trasmite cierta impresión de consistencia verbal, impresión compartida por un consenso implícito, por su parte tampoco verificado como real.

Tengo la tesis de que la izquierda en España no existe y aún me atrevo a afirmar que la lógica del Régimen del 78 bajo ningún concepto admitiría la existencia de una “izquierda”. Es una contradicción que le resulta inmanente a su constitución interna. Las facciones del Estado, por su naturaleza, es decir, por la forma oligárquica de Gobierno al servicio del gran capital privado español y extranjero, no pueden tener nada que ver con ninguna “izquierda histórica” o “izquierda social”. Lo que sí puede ocurrir en un Régimen de esta naturaleza consiste en un estado de cosas como el siguiente: el control social, ideológico, cultural y político exige que ese Estado faccionario segregue discursos y actitudes, produzca estímulos y respuestas, sobre la base del reflejo condicionado, proyectado sobre ciertos grupos sociales subalternos a los que se oferta una simulación de ideología, a fin de que nada peligroso para el Régimen pueda surgir espontáneamente desde las condiciones de vida reales, esas sí reales, a las que se les somete.

La estrategia originaria del Régimen del 78 fue neutralizar a la clase obrera española engendrada bajo las condiciones políticas del franquismo. El socialismo andaluz y el nacionalismo catalán desempeñaron esa función sobre los dos espacios regionales donde la clase obrera podía resultar “problemática” por su alto grado de concentración en las respectivas áreas, industrial y agraria. De ahí también el estúpido discurso integrador sobre una virtual clase media universal como eje del sistema de partidos, cuya función no es otra que neutralizar el conflicto social siempre latente, proyectándolo sobre categorías culturales vacías de contenido dialéctico real.

De ahí también sin duda el discurso culturalista: temas banales politizados con el propósito de despolitizar la conciencia social, pero jamás una verdadera dialéctica antagonista amigo/enemigo, la que sí engendraría conflictos con capacidad de hacer implosionar o someter a graves tensiones a todas las instancias del Régimen del 78. Así es como el Régimen produce dentro de sí mismo esa tendencia “cultural” cuyos valores son todos ellos los valores reciclados de la burguesía ilustrada clásica (emancipación de la “Humanidad” fraccionada ahora en subgrupos “identitarios”, fácilmente manejables por el poder, pues el principio de socialización no es otro que la adulación de la conciencia servil), trasmutados en un etéreo “progresismo social” que se contenta con ficciones jurídicas, consignas postizas, gestos insignificantes, manifestaciones sin consecuencias, en fin, actos que no comprometen a nadie a nada y detrás de las cuales se ocultan simplemente unos profesionales de la mentira institucional, tan necesaria a un Régimen carente de toda legitimidad democrático-formal y cuya oligarquía sabe perfectamente el terreno de usurpación que pisa y sobre el que resbalan todas sus “acciones de gobierno”.

La mentira institucional sólo cobra sentido en tanto cobertura maquiavélica (“pia fraus” secularizada) de una usurpación de la libertad política: la obsesión del Régimen del 78 es producir cada vez más mentira para encubrir justamente esta creciente evidencia de su naturaleza. Si se quiere llamar a eso “izquierda”, de acuerdo, pero yo no entro en un juego de lenguaje viciado desde la raíz y por completo cómplice con el Régimen. Basta ver la forma de vida y el pensamiento social que subyace a la práctica vital de los dirigentes de esa izquierda y de los que se mimetizan en la sociedad civil con ella para saber, sin un asomo de duda, de qué trata el asunto: esto es tan evidente que el hecho de que nunca se evoque públicamente y se extraigan las consecuencias ya demuestra el grado de tergiversación en que todos los medios necesitan sumergir la conciencia social española para producir la imagen fantástica de una “izquierda” tan mitológica como la Esfinge y que en España ni siquiera existe en los departamentos universitarios de Ciencias Sociales y Políticas, en buena parte controlados por Fundaciones pertenecientes a muy respetables “familias patrimoniales” de muy conocido nombre o directamente por los propios partidos orgánico-estatales.

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Porque hay que volver siempre a la pregunta más estúpida para vislumbrar la estupidez misma de la situación política española: ¿de verdad se cree alguien en su sano juicio que en España hay una “izquierda”? Si así fuera, ¿qué “intereses de clase” defendería? Más aún, ¿qué “clase” sería esa que necesita ser defendida?

En la Historia sólo ha existido la clase burguesa europea como clase “con conciencia” de sí misma (todo el arte, la literatura, la filosofía y la ciencia de los últimos dos siglos dan cuenta de esta verdad: son la expresión de su “conciencia de sí”). La clase obrera, el “proletariado” como concepto “histórico-filosófico”, es un sueño diurno un poco mojado del judío renano y de sus compinches. Jamás ha existido como “sujeto de la Historia” y mucho menos ha existido jamás ninguna “dialéctica de la Historia” basada en un antagonismo de las clases, porque, sencillamente no existen “Sujetos de la Historia” ni clases. Marx es en realidad el mayor teórico de la propia burguesía europea por razones obvias, algo que sólo los conservadores alemanes, desde Bismarck, comprendieron a la perfección.

Quien entienda esto, entiende casi todas las claves profundas de la Historia contemporánea, que se dejan leer en la Historia alemana con mayor claridad que en ninguna otra historia nacional europea. En modo alguno, esa cosa infame que figura en los medios de comunicación, en los platós de televisión, en el Parlamento, en los Gobiernos autonómicos, en los consejos de administración de empresas públicas y privadas, en las universidades y en todas partes y se hace pasar por “izquierda” tiene ninguna relación real con ninguna “izquierda histórica”, es tan sólo la facción más abyecta y servil de un “Estado español” que la clase dominante española (sí, existe y es la que pone en el poder cuando se le antoja a gente de la vil condición moral e intelectual de José Luis Rodríguez Zapatero, Mariano Rajoy o Pedro Sánchez, y los derriba también cuando se le antoja) necesita para dar una imagen de “sentido social” y “humano” a su explotación, que por supuesto es real y, como lo es, necesita precisamente este “efecto” de complicidad y autoenajenación de los grupos cuya desdichada vida se reduce a la pura reproducción material de la fuerza de trabajo (“enajenación” en sentido clínico y patológico literal, ni siquiera en su versión hegeliano-marxista).

La clase dominante española (catalana o vasca, es el mismo y único combate…) no necesita ya “espacios de libertad”, ni “derechos individuales”, eso forma parte de las antiguallas liberales que esa clase en su fase de conquista del poder social, económico y político necesitó usar como añagazas para su habitual ejercicio de sublimación de lo burdo de su nueva dominación social. Ella, bien entendido, es la única que los tiene, porque tan sólo el dinero es dueño absoluto de lo que existe y, sobre todo, puede llegar a existir, incluso del poder político, y la experiencia del Régimen español del 78, única en la Historia europea contemporánea, es la demostración de que una clase dominante puede ejercer el poder mediante un dispositivo institucional completamente falso, desvencijado e irrisorio, basado en mentiras pueriles y trasparentes, que hasta un niño pequeño podría descubrir.

Las posiciones “liberales” españolas en los medios de comunicación forman parte de esta inmensa impostura, y tan sólo eso es lo que evoco cuando me remito a la Historia real, no inventada o “ideológica”, del concepto burgués de “sociedad civil”. “Sociedad civil” es el nombre que la burguesía clásica europea se daba a sí misma como “clase culta, laboriosa y civilizada”, por supuesto, adornada de las mayores virtudes e investida de un extraordinario sentido de la “libertad personal” (siempre ligada a un buen patrimonio adquirido no importa cómo… pero “meritorio”). Obviamente, hoy no hay tal “sociedad civil”, porque la burguesía europea, como tal clase con conciencia de sí misma y con un conjunto de intereses más o menos homogéneo, no existe o no tiene ninguna capacidad “creadora” de órdenes sociales y culturales nuevos. En su lugar, sólo queda una reducida plutocracia, francamente delictiva y criminal, que controla los Estados mediante una subclase funcional cuasi-infrahumana, que nosotros creemos ingenuamente que es una “clase política” profesional, cuando en realidad no es nada más que un lumpen proletariado cuyas prestaciones se limitan a trasferir renta de los grupos inferiores a los superiores y a sí misma. Y para ocultar esta incesante y siempre incrementada “trasferencia pacífica y consentida” es por lo que existen, residualmente, los discursos y actitudes de la “izquierda”. Para robarte la cartera, tengo que distraerte con el género, los abusos sexuales, las corridas, también de toros, y cosas de este jaez.

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Cuando ETA actuaba, se trataba de “terrorismo”. En realidad, no. No en el sentido de la propaganda de la Transición. Cuando hoy se habla de “populismo”, se trata de otra cosa, conceptualmente hablando. Cuando se evoca el “nacionalismo” periférico o su radicalización, el secesionismo, tampoco se quiere decir lo que se está diciendo. Por supuesto, ahora mismo, cuando se alude, como con aire de sorpresa, a no sé qué “República” y a no sé qué “republicanismo”, lo que se pretende conceptualizar ni está ni se le espera, y ni siquiera su vaga figura histórica corporeizada en miserables personalidades de tercera fila intelectual consigue darle contenido.

Hay en todos los casos una disociación entre el concepto político objetivo y su función o valor de uso ideológico en las terminales del Régimen del 78. Da igual el grado de buena conciencia con que se los pongan en circulación. En todos los casos, estamos ante una misma estrategia, un verdadero “arcanum imperii” (principio secreto de la dominación, no sólo política, aunque ésta sea su escena en primera instancia observable).

Lo que define a cada Régimen es ese centro secreto de poder que se articula necesariamente sobre una base de antagonismo por inversión o reflejo dialéctico, relación de esencia y anti-esencia, fundamento y anti-fundamento. Para que las futuras “tricoteuses” sean lo que su esencia exige de ellas, antes han de leer Hola y Semana ilustradas con fotografías a todo color de la bellísima pareja Real: he ahí un dato ignorado que conviene reseñar.

En nuestro caso y en la coyuntura actual, el principio de conservación institucional, no muy distinto de la segunda ley de la termodinámica, exige que cada ámbito por resguardar y proteger segregue su contrafigura, por oposición a la cual la institución realmente existente, en proceso de deslegitimación acelerada, obtenga el beneficio o incluso el crédito de una relegitimación a otro nivel, sino más elevado, al menos sí transitoriamente renovable, pero irreversible en su evolución entrópica.

Es evidente que toda la “agitación” republicanizante desempeña esta función: el refuerzo de la Monarquía como forma de Estado pasa por estas tareas “promocionales” de las erráticas bandas de montoneros de cafetería universitaria, a sueldo de grupos financieros nacionales e internacionales, los discursillos añejos de los comisionistas de repúblicas sudamericanas y las contrafiguras arcaizantes del viejo “republicanismo” hispánico.

La Monarquía como principio incluye en este sentido lo republicano cuando éste no puede sustantivarse en la libertad política, como portadora que es la Monarquía de su propio parásito intestinal: entonces pasa a ser un agregado de partículas aleatorias, agitadas por turbulencias de gases dentro de los saturados intestinos monárquicos, de cuyas estruendosas y nada inodoras ventosidades se alimenta abundante fauna miscróspica e incluso se desarrolla una flora mediática muy voraz, telecinquista y sectichequista.

Y el mismo tipo de razonamiento vale para la relación entre Vox y el Estado autonómico: el refuerzo de la legitimación “social” de éste pasa por el espantajo y la caricatura de su negación simulada en los términos planteados por el propio Régimen. Asunto concreto de “competencias” administrativas o apelaciones a la mítica “soberanía nacional”: a partir de ahí, el vacío y el silencio, el límite al otro lado del cual se divisa el bosque en movimiento.

Sin duda, el Régimen del 78 se lo juega todo en estos ejercicios de contención y salvaguarda, como se está demostrando en el desarrollo de la situación catalana a lo largo del último año, desde el otoño de 2017 hasta hoy mismo. Allí donde veáis humo, no penséis en el fuego que lo origina. Pensad siempre en los aventureros pirómanos, o domingueros de la política de barbacoas descuidadas, que acampan en los bosques espesos antes de dirigirse a Dunsinane, confundidos entre el follaje que portan…

Y las tricoteuses hispánicas serán las primeras invitadas en correr a ver el espectáculo, tras apagar su aparato de televisión, o volviéndolo a encender pulsando las teclas cinco o seis, para mirarse a sí mismas participando en los grandes acontecimientos de un improbable pasado-futuro.

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