Suena fuerte eso del “odio” como “categoría política”. “Discursos del odio” se supone que ocultan otra cosa de la que hablan mediante alusión indirecta u oblicua.
Yo creo que hoy es muy difícil hablar en serio de verdaderas pasiones de ninguna especie: el hombre occidental actual no da de sí para tanto. Hoy ningún occidental, salvo uno ingresado en el frenopático, podría decir con solvencia afectiva aquello de Catulo: “Odi et amo. Qua re id faciam, fortasse requiris. / Nescio, sed ita esse sentio et excrucior…”
Nietzsche más o menos venía a decir que allí donde los valores de “la plebe” dominan y se hacen dueños de una época, las aguas bajan turbias y los espíritus delicados no se acercan a beber en ese río. Según este exigente criterio, nosotros ya deberíamos estar muertos de una gravísima infección bacteriana, porque en ningún lugar como en esta España se alimenta el neblinoso espíritu público de tanta basura ideológica, por llamarla de alguna manera decorosa.
Otra cosa muy distinta es el concepto político de la enemistad. A menudo se confunden. Odio y enemistad política no dicen lo mismo ni se refieren a las mismas realidades. El “odio de clase” fue ensalzado como noble pasión combativa que liberaría a los homúnculos producidos por el tedio industrial del tedio industrial, a lo que respondió el “odio racial” como elevación del tipo humano al nivel mítico de los Hiperbóreos. Ambos odios fueron increíblemente productivos y creadores (la destrucción es la forma suprema de la creación, el Dios del Diluvio y la Torre de Babel nos lo recuerda…), en la medida en que el odio bien administrado puede ser tan creador como el amor bien concebido.
Si el “odio” es una categoría antropológica del presente es porque ha caído en manos del Estado y, por tanto, ha sufrido el mismo destino que todo aquello que es “administrado” y “gestionado” por el Estado: se ha deshumanizado, ha perdido quilates de pasión, se ha quedado en los puros huesos, se ha convertido en otro dispositivo más de la socialización controlada bajo estándares de pensamiento y conducta.
El “Homo Estatalis”, si bien no es un “Sapiens Sapiens” de pleno derecho, al menos goza de una pequeña panoplia de nuevos sentimientos postizos, injertados como un implante y evidentemente esto es lo propio de un tipo de Humanidad que muy pronto se reproducirá “in vitro”. Porque todos esos sentimientos “mediáticos” y “paulovianos”, válidos para ser administrados por la “burocracia de los orto-afectos”, no son otra cosa que toscos ensayos preliminares de la liquidación de toda dimensión política de la enemistad real entre los hombres.
Torre del Mar, septiembre de 2018