La “radicalidad” de Podemos, impostada, falsa de toda falsedad, duró apenas unos meses. El debate sobre la renta básica (artículo de importación, como casi todo en España) es lo único intelectualmente relevante que perduraría si al menos se pudiera debatir algo en serio.
La “radicalidad” de Vox ha durado apenas veinticuatro horas, el tiempo justo para cambiar los editoriales de un telediario, sí, esos boletines informativos para cuya recepción se exige una muy porosa corteza cerebral con contenido igualmente espongiforme.
Cuando se juega en los papeles con cuestiones vitales, con asuntos fundamentales, es porque realmente no se cree en nada, y sólo la cuota de poder es lo que se persigue. Una convicción genuina no se negocia ni se intercambia: se busca convertirla en opinión mayoritaria por todos los medios legales al alcance y siempre, a ser posible, con un buen fundamento argumentativo.
Los Estados de Partidos generan necesariamente irracionalidad política, porque sólo a través de ella es posible desplegar el reflejo pasivo de identificación con el Partido.
Se dice que el “consenso” es antipolítico, una regla ajena al principio de la democracia formal, la señal inequívoca de la forma oligárquica de gobierno en sentido estricto, y es verdad. Basta leer y comparar los dos textos, el propuesto por Vox con las 19 medidas programáticas, y el finalmente “consensuado” (a fin de apoyar «extra muros» el «pacto de gobierno» del PP y Ciudadanos con el único propósito real de controlar los cargos de la Junta de Andalucía) para entender que la participación en las condiciones objetivas del poder hoy vigente implica, de toda necesidad lógica y ontológica, una forma de corrupción que es la madre de todas las demás.
Cuando se carece de principios, la renuncia a ellos no significa nada: el consenso es la buena conciencia de los corruptos, los traidores y los amorales. La corrupción española es una corrupción intelectual, luego existencial, a continuación moral y sólo en último lugar política y civil. Lo que está podrido es el sistema conceptual a través del cual nos representamos nuestra existencia colectiva como comunidad política organizada. Lo que hoy mismo acontece en la farsa del juicio por rebelión y sedición de los «secesionistas» catalanes muestra la verdad axiomática de lo que se afirma aquí.
En España sólo este tipo caracterológico de hombres adaptados a tal corrupción intelectual tiene posibilidades de hacer carrera, ascender socialmente y gozar de prestigio. Entre Pablo Iglesias y Santiago Abascal, tomados como modelo renovado de lo ya existente, las diferencias se obtienen sumando y restando coeficientes de impostura: profesionales de una ficción de representación, su único poder e influencia es la que les permite constituirse en entes estatales, trastos del Estado, miembros de una nomenklatura ciega y sorda, a partir de la cual el mar de fondo de una sociedad incapaz de articularse políticamente al margen de sus organizaciones sólo puede expresar mezquinos resentimientos autodestructivos.
Todas las organizaciones políticas españolas son de este orden de realidad eminente y es por completo indiferente el contenido discursivo, que no es nada más que una añagaza banal para mentes cautivas. Las elecciones no sólo no pueden cambiar nada, sino que agravan el problema de origen y da igual el nivel de abstención, pues ésta, en tanto que pasiva e inconsciente, sólo expresa lo inexpresable bajo estas condiciones institucionales.
Sólo en la meditación, en el arte y en la literatura el vacío es ontológicamente creador de obra; en la acción política bajo las actuales condiciones españolas, el vacío, y ahí nos estamos instalando desde hace ya mucho tiempo, es el preludio de consecuencias muy desagradables: inferencia lógica de un estado de hecho. Porque cuando el centro (el verdadero «núcleo irradiador») de lo que hace legible un orden social, y no otra cosa es el poder institucionalizado, la “forma regiminis” de una determinada dominación, quiebra y a través de él se trasluce el vacío, éste será llenado de cualquier manera y vemos cómo lo oligárquico engendra lo aberrante y éste engendra lo monstruoso y éste desencadena el pánico.
Torre del Mar (Málaga), enero-febrero de 2019