Sí, es penoso reconocerlo: yo solía suicidarme cada dos fines de semana, porque a veces me sentía mal, al mirarme al espejo con barba de dos semanas y me decía a mí mismo:
-Vaya, otra vez parezco un hombre y, lo que es peor, no puedo disimular este maldito acento español, ni siquiera me tomarían por burgués criollo liberal, como a Vargas Llosa, si seseara correcta y elegantemente.
Y entonces, pues claro, cómo no, me daban ganas de suicidarme.
Realmente empezaba a estar muy acomplejado con los anuncios de cremas hidratantes, compresas extrafinas y superadherentes y lencería de lujo… y no me quedaba más remedio que pensar en lo poco que se me tenía en cuenta en esta sociedad.
Y cada dos semanas, cuando la barba ya me había crecido y parecía un buen zagalejo de villorrio, no podía salir a la calle y me sentía muy humillado cuando la gente me reconocía y me saludaba.
Y uno no tiene más remedio que suicidarse cuando su autoestima sufre tanto… y la cosa no mejoraba tampoco cuando, por motivos profesionales, en la oficina de la editorial me veía obligado a leer los manuscritos de las jóvenes escritoras españolas…
Aunque existe todavía otra opción menos trágica: puse mi confianza en un nuevo partido político, porque, sin duda, esta vez ya sí, de verdad que sí, la cosa se va a solucionar, yo podré dejarme por fin la barba… y los fines de semana podré dedicarlos a acompañar a mi mujer a comprar cremas hidratantes, compresas finas y lencería de lujo.
Torre del Mar, enero de 2019