En un simposio universitario español, de muy alto nivel académico, celebrado para conmemorar la fundación de la geometría euclidiana, se encuentran, entre otros personajes importantes, el número 1 y el número 2. Hacía tiempo que corrían rumores sobre las malas relaciones entre los números naturales y los números racionales, aunque incluso entre los naturales las relaciones estaban viciadas. Muy ufano, el número 1 le espetó adrede al número 2, con ánimo envalentonado y sinuosa ojeriza:
-Mi identidad es única.
El número 2, de condición irritable, le responde:
-Mi identidad también es única.
Ya picado, le replica el número 1:
-Sí, es cierto, pero tú eres sólo la suma de 1+1.
Cabizbajo, el número 2 no pudo contradecir esta verdad, pero intentó contrastar pareceres, algo a lo que eran muy aficionados los números en general, para llegar a acuerdos y pactos que mucho beneficiaban al conjunto de los números, entre otras razones, porque multiplicaban los números, gente de natural prolífica:
– De acuerdo, pero al menos yo soy un poco más 1 que tú.
Este comienzo de una peligrosa discrepancia subjetiva no llegó más lejos, porque entonces intervino el número 3:
-Vosotros no sois nada ni nada sabéis de la realidad política y social que padecen los números naturales y enteros.
-¿Cómo es eso? -exclaman al unísono los números 1 y 2, que ya empiezan a presentir la necesidad de una nueva unidad unitaria en torno a sí mismos, basada en la noble dualidad proporcional, sospechando que les sería muy útil para defenderse de una hipotética pero amenazadora trinidad, encabezada por el número 3.
-Pues bien, compañeros míos, debéis saber que nuestra identidad auténtica no se debe tanto a nuestra primordial unicidad sino que, más bien, siendo diferentes, somos eternamente los mismos, pues compartimos una esencia y el número es sólo apariencia temporal del Uno eterno.
A los números 1 y 2 este argumento especioso del número 3 les pareció demasiado sofisticado e incluso “filosófico”, ajeno al bien conocido espíritu práctico de su especie numérica, que fundadamente sirve sólo para contar y calcular, en especial, dinero de otros.
Cansado de intentar demostrar sin convicción conceptos quizás apriorísticos y vacíos, el número 3 inquirió a sus compañeros, intentando sondear sus más bajos instintos, es decir, su vocación pública:
-¿Y si fundamos un partido político para traer a España “la libertad y el progreso”, como Fray Pijota nos aconseja en sus dominicales Cartas del Director?
Y fue así como los tres números se pusieron de acuerdo, porque hacer sinvergonzonerías es un alto ideal que ningún número sabe desdeñar.