Dos tesis o punto de partida sobre la “inmigración”.
1ª. Es un proceso histórico radicalmente novedoso en las sociedades europeas de posguerra. Perspectiva “culturalista”, “etno-identitaria”, “nacionalista”, polemológica, dialéctica, agonista. Clientela: clase media baja.
2ª. Es una realidad histórica “eterna”, siempre ha habido “inmigración”, es lo natural, forma parte de la evolución, es un progreso. Perspectiva “naturalista”, “socio-liberal”, burocrática, pacifista y “humanitaria”. Clientela: clase media alta.
El campo ideológico sobre la inmigración está planteado en tales términos, conscientes o no, desde por lo menos mediados de los años 80 del siglo XX entre los teóricos de las “Nuevas Derechas” europeas, influidas por ciertos “teóricos” (Alain de Benoist y Guillaume Faye en sus juveniles orígenes), mucho antes del “fenómeno” Trump, mucho antes del viaje misionero y evangelizador de Steve Bannon, mucho antes de Orban, mucho antes del terrorismo islámico, mucho antes de la “crisis de los refugiados sirios”, mucho antes de todo lo que hoy figura a la orden del día en medio de la confusión, el miedo y las fantasías producidas por los sueños diurnos de ambas perspectivas, culturalista y naturalista.
De todos modos, el predominante enfoque economicista, sea “liberal” o “socialdemócrata”, incluso cuando alcanza la sana lucidez meditativa de José García Domínguez en Libertad Digital (la inmigración como tumba de la socialdemocracia europea y de sus “Estados del Bienestar”…), se antojan cataplasmas y sangrías para curar no un resfriado sino un muy avanzado cáncer de pulmón de ese fumador compulsivo de sustancias tóxicas que es el mundo occidental.
Quizás eso que se llama “inmigración” no sea tal, sino un fenómeno de otro orden, que escapa a las categorías económicas consuetudinarias. Quizás tenga más que ver con los ciclos de civilización que con los ciclos económicos, quizás tenga más que ver con las dialécticas históricas que con las muy limitadas cuestiones políticas, quizás tenga más que ver con las catástrofes naturales que con las estadísticas sobre el nivel de vida y los estándares del bienestar.
Tenemos una visión hipotético-desiderativa de la realidad: imaginamos lo que la realidad sería si se cumplieran nuestras expectativas, deseos, fantasías e ilusiones, sin darnos cuenta de que el hombre occidental está atrapado por todo lo que ha creado en este tramo final de la época moderna. Quiero decir que la fatalidad ya es dueña absoluta de nuestra existencia individual y colectiva (pisar un poco más un pedal te deja parapléjico…) y que, por lo tanto, ya nada puede hacerse para cambiar o invertir el signo más o el signo menos de los fatales procesos en curso. Recomiendo la lectura del primer Peter Sloterdijk, en especial su “Eurotaoísmo. Crítica de la cinética política” (Seix Barral, 1989), donde se expone una visión alternativa a la dialéctica optimismo/pesimismo occidental acerca de nuestro presente y nuestro futuro.
Por lo demás, esta cita de Roberto Calasso (un escritor cultísimo y refinado como pocos aún vivos) creo que puede compeler suavemente a meditar sobre la impotencia y la imposibilidad de afrontar el futuro por parte de unas sociedades y unos Estados ya “révolus” y “démodés” (“idos y pasados de moda”), pues debemos observar las cosas con el satírico sarcasmo latino con que un centurión romano miraría desde la muralla de Adriano a los Pictos y los Escotos mientras les enseñaban el culo a los legionarios, ¿o eso no fue más bien en “Braveheart”, donde el blanco culete de Mel Gibson produjo una honda impresión al rey inglés, con la ojeriza consiguiente y todas esas cosas feas de guerras y traiciones y cobardías y desmembramientos…?:
“Como observó Madame de Remusat, “uno de los grandes fallos del espíritu de Napoleón era confundir a todos los hombres nivelándolos en su opinión y no llegar a creer en las diferencias que los usos y las costumbres aportan a los caracteres”. No podía entenderlas porque él mismo era la expansión de algo que, a partir de entonces, jamás cesaría de extender, su imborrable pintura sobre la tierra. El Pobre que quiere seguir siéndolo, el Pobre que sólo quiere seguir existiendo, que ama más su tierra que el desarrollo de su tierra, el “mendigo ingrato” que insulta la mano dispuesta a dar la moneda, son el escándalo, el obstáculo (para Napoleón, para el mundo que le ha sucedido); son la imagen más insolente de la resistencia del material (y por tanto del “material humano”, que ahora es el objeto por excelencia), de la opacidad, de la impenetrabilidad, el anuncio de la feroz revuelta de la tierra contra su apresurado e impaciente agrimensor”.
Nuestra opinión personal, nuestros pensamientos y sentimientos, dadas estas ciclópeas coordenadas, serían como esperar junto a una playa mediterránea la llegada de un “tsunami” armados de un cubo y una carretilla de mano… Y, sin embargo, es exactamente eso lo único que podemos hacer ante un asunto como el de la inmigración.
Los pañales y la mortaja del bebé/anciano europeo entre las manos cuidadosas y maternales de una mucama nigeriano-magrebí…