Para sus padres, en una época ya borrosa, difícil acordarse, “Julita”, en labios de papá y besito áspero en la mejilla al acostarse; para sus compañeros de Universidad, “Julieta”; para sus amantes ocasionales y sus primeros novios formales, “Julia”, nombre sonoro, breve e intenso, susurrado en ciertos momentos de seriedad inesperada e impropia de su edad, entre abrazos demasiado estrechos; para su primer esposo legal, “mi mujer”, un apelativo cariñoso pero seco; para la divorciada madura que rehuía los encuentros a solas con sus amigas en su misma situación, “nuestra querida Julia”, expresión pronunciada con un cierto retintín no del todo afectuoso; por fin, para la Tesorería General de la Seguridad Social, ahora, escuetamente, “Doña Julia Sanseverino”, un nombre para la contabilidad… o la verdad concluyente de su vida.