LAS BRAGUITAS DE FRITZ, O LAS IDENTIDADES ALTERNATIVAS (2018)

El día que Elizabeth entró en su cuarto y sorprendió a su hermanito Fritz poniéndose una de sus braguitas de encajes primorosamente bordados por su madre, la vida de Fritz cambió. Por fin ya no tenía que ocultarse. De ahora en adelante podía ir por el mundo protegido en su más íntimo ser por la feminidad que lo acechaba y a la que ahora ya no quería renunciar.

El arte, el virtuosismo, la pasión musical, la lujuria de las palabras ya no eran suficiente para satisfacer su impulso de conocer y su innata curiosidad. Fritz podría vivir sin que sus modales, su finura y su elegante porte, amanerados o demasiado delicados, lo colocasen en situaciones embarazosas con sus amigos del Gymnasium en Leipzig. Siempre había deseado orinar sentado, como había visto que hacían las hijas de los proletarios en medio de calles sucias y oscuras, las mismas que a ciertas horas él solía frecuentar por razones impulsivas que aún no comprendía o prefería no comprender.

Pero desde el día en que se decidió a llevar siempre puestas unas braguitas empezó a experimentar extrañas sensaciones que su juvenil espíritu analítico no lograba reconocer y clasificar. A veces pensaba que su íntima feminidad no quedaría saciada por completo con este fútil simbolismo indumentario y urinario. No dudaba de que todavía le quedaban muchos pasos para llegar a ser plenamente él mismo, plenitud que sólo su parte femenina podría tal vez proporcionarle.

Quiso aprender a cantar con voz atiplada de contralto renacentista, pero sólo alcanzó a emitir una algarabía de hirientes gorgoritos que mucho afeaban su voz acariciante, pero firme y viril. La costura no lo atrajo hasta más tarde, pero desistió pronto. No tenía suficiente valor para prostituir su cuerpo. La mercería no fue todo lo bien que hubiera deseado. No podía competir en energía con las lavanderas más profesionales de la ciudad. También fracasó en el trabajo de institutriz seca y distante.

Un día, harto ya de probar fortuna y negar su naturaleza, Fritz se desnudó ante su espejo, se miró todo el cuerpo largamente, acarició su pecho, acarició su olvidado miembro viril con una delectación vigorosa y sana, lo vio reflejado en el espejo en su verdad primigenia, miró a fondo la imagen de sus ojos en el espejo y de repente concibió la idea, lo iluminó la primera verdad que en adelante se convertiría en el axioma de un pensamiento revolucionario, destinado a sacudir el yugo de dos milenios de judeo-platonismo:

Sólo como fenómeno estético tiene justificación la vida.

Y desde entonces quiso ser griego, ya que ser mujer había resultado tan frustrante.

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