«… Es que hay dos millones de ciudadanos, oficialmente españoles, que no se sienten ni consideran españoles…»
Es que hay dos millones de toros de lidia bravos que no quisieran morir en las plazas de toros ante la atenta mirada apasionada de una muchedumbre vociferante…
Es que hay dos millones de boquerones junto a las costas de Málaga que no se sienten peces y preferirían que no los sometieran al marinado y al fuego para servir de alimento a desaprensivos turistas…
Es que hay dos millones de berberechos en las playas gallegas que no gustan de reposar en el fondo de latas expelidas industrialmente en los supermercados…
Pero ni los toros bravos de lidia ni los boquerones ni los berberechos tienen derechos políticos.
Los ciudadanos españoles, en tanto que tales, sí tienen derechos políticos, si bien no saben ni pueden ni quieren ejercerlos.
Ahora bien, no existe ningún derecho a la secesión, a la autodeterminación ni a la Reforma de una Constitución, porque dos millones de ciudadanos españoles, toros de lidia, boquerones o berberechos así lo quieran imponer al resto de sus congéneres, incluso humanos.
Porque bien pudiera suceder que los otros toros de lidia, los otros boquerores y los otros berberechos se hartaran, y por un solo momento de lucidez en sus perras vidas, se dieran cuenta de que sus derechos políticos comienzan allí donde acaba el poder de las oligarquías que pastorean a los dos millones de toros bravos, a los dos millones de boquerones o a los dos millones de berberechos.
Sólo que los ciudadanos españoles ya hace tiempo que dejaron de serlo y ahora, las tres o cuatro generaciones conniventes en la perfidia y la traición a sí mismos, tienen menos derechos políticos que los toros de lidia, los boquerones y los berberechos, y posiblemente, hasta menos luces… y no pocos, bastantes cuernos, si bien las latas de conservas donde habitan las pagan en forma de crédito hipotecario a precio de oro.
Por lo demás, a los españoles no les van a quedar ni las raspas, los gatitos de pedigrí con los que duermen en sus noches blancas electorales tienen hambre y sus maullidos «refomadores» son nítidamente escuchados.