MI TRAIDORA BIOGRAFÍA Y EL ANACRONISMO CULTURAL ESPAÑOL (2018)

Saber elegir las lecturas y a los maestros no es pequeña empresa. Uno lo ve con el tiempo, cuando la verdadera madurez empieza a acosar los años de recapitulación de lo vivido y lo olvidado. Yo elegí sin equívoco hacia finales de 1987 a mis apenas diecinueve años la lectura de los ensayos de Alain de Benoist y Guillaume Faye, por entonces los mejores teóricos de la «Nouvelle Droite» francesa, luego disuelta en turbamulta delirante de asociaciones metapolíticas y culturales.

Me fascinaba aquello de la Identidad europea y las raíces culturales y el simbolismo celta y el paganismo grecorromano y la voluntad de poder nietzscheana y el esteticismo juvenil y aventurero del fascismo de Ezra Pound y el antimodernismo del joven Heidegger y hasta creía que todo eso tenía que ver conmigo, con mi vida y mis intereses vitales. Lo confieso con mucha vergüenza: no sabía cómo huir de la opresiva atmósfera cultural de la sociedad española bajo el Felipismo y el conocimiento de la bella lengua francesa vino en mi ayuda proporcionándome una vía de escape a campo traviesa. Ahora me digo que si hubiera sabido entonces inglés, quizás hubiera acabado trabajando como asesor de inversiones para algún fondo especializado en «Value Investment» o algo peor.

Todo lo que hoy circula como moneda acuñada bajo la especie de este sordo conflicto interior a las sociedades europeas y entre partes de ellas y sus sistemas políticos residuales, yo ya lo conocía a fondo a finales de los años ochenta del siglo pasado: el conflicto ya estaba planteado entre la vanguardia intelectual de la derecha francesa.

Se dice que las corrientes de pensamiento más avanzadas llegan siempre con retraso a España, retardo estimable en unos 15-20 años aproximadamente (Ilustración, Romanticismo, Realismo en el campo literario son buenos ejemplos de esta asincronía debida en buen parte a la herencia habsburguesa y borbónica de la Monarquía Católica). Puedo dar testimonio de que es así: yo leía «Le sistême á tuer les peuples» y «Les nouveaux enjeux idéologiques» de Guillaume Faye y «Comment peut-on être païen» de Alain de Benoist, mientras el ministro Solchaga llamaba a los españoles de bien a un rápido enriquecimiento por las vías que conocemos hoy y que han sido el único acontecimiento memorable que han protagonizado los españoles bajo el Régimen del 78.

Ahora paseo, a mis casi cincuenta años, por una mini-ciudad balneario en la Costa oriental malagueña y vivo en un bloque de micro-viviendas en forma hiperracional de uniformes apartamentos de verano.

Muchos días, cuando abro la cancela de entrada, me encuentro con una extraña pareja: una señora de habla alemana, de edad indefinible, muy arrugada, enjuta, casi en los huesos, apergaminada, de vacilantes andares, próxima a la desaparición en volandas acogida por la más delicada brisa marina del atardecer. Su acompañante, un africano, no demasiado alto, bien vestido, siempre con gafas negras de sol y una elegante gorra gris azulado a cuadros pequeños con visera. Le lleva la nevera portátil y la sombrilla cuando llegan a casa de la playa, a la caída de la tarde. Viven juntos y estos apartamentos, todos copias mejoradas del mío, sólo disponen de un dormitorio.

Así pues, conflicto de identidades: tendré que preguntar a estos vecinos tan respetuosos del orden social con quienes comparto espacio material y simbólico, cada uno en su casa y Dios en la de todos.

Y a mí me lo van a contar, eso del conflicto identitario, con casi cuarenta años de retraso y aplazamiento. Llegados demasiado tarde a todo, cuando hasta el pinche de cocina de Epulón se ha zampado a escondidas las sobras de la Gran Comilona y ahora duerme resoplando entre eructos que huelen a caviar pasado de fecha.

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