1
«Compite como puedas». Si el capitalismo puede identificarse con el «espíritu deportivo» y en general con las competiciones deportivas, ello se debe a que el deporte contemporáneo de masas, o cualquiera de sus numerosas variantes, representa bastante fielmente su propia figura: el deporte, como el capital, en cuanto formas modernas de competencia agonista, se basan en la victoria sin intercambio, en el hecho desnudo de ganar sin compensación, unilateralmente. Esa es la obscenidad de los deportes actuales y del funcionamiento del capital en su fase orbital especulativa.
2
Trasmundos. El mundo sensible es el mundo de los obesos. El mundo inteligible es el mundo de la silicona. Al fin, ambos mundos se reconcilian en una unidad superior: el cuerpo glorificado de la modelo.
3
Alma y máscara. Con el tiempo, se nos va esbozando en el rostro una mueca de asco. A partir de ese momento, ya puede decirse de un hombre que empieza a «tener alma». Al principio la mueca es difícilmente perceptible; luego, a veces, nos sorprendemos a nosotros mismos indagando ante el espejo por simple curiosidad: algo extraño ha aparecido en la mirada, en la sonrisa, sobre todo, en las comisuras de los labios algo nos desnuda cuando sonreímos, pero apenas nos fijamos. Más adelante, esos pequeños tics parasitarios que empiezan a establecerse en nuestra cara como signos identificadores o delatores configuran lo que será muy pronto un verdadero rictus. Entonces sentiremos algo parecido al miedo, la inquietud o el desamparo. Por fin, al borde de nuestra máscara, el rostro auténtico, el que llevábamos oculto desde siempre, pugna por salir a la luz y desplegar sus derechos y su poder.
4
Lo contrario también es verdadero. En todo pensamiento «fuerte» hay una captación del devenir como destino, es decir, hay un momento en que la pregunta «¿qué quisieras llegar a ser?» se responde por sí misma en lo que realmente eres. Si alguna vez quisiste eso, llegarás a serlo, pero también llegarás a ser al mismo tiempo lo contrario, lo que no quisiste ser. Entonces, ahí aparece el plano utópico: la imaginación de lo real por llegar no imagina nunca lo peor.
5
Esclavos sin redención. Seamos magnánimos con nosotros mismos. Al tipo humano que hoy predomina en Occidente me lo imagino con verdadero deleite como el esclavo que servía en los banquetes de los emperadores o los patricios romanos. Además de servir los manjares a sus dueños, gozaba del privilegio exclusivo de que éstos utilizaran sus cabellos para limpiarse las manos, porque era un signo indudable de la predilección que los señores sentían por ellos y los esclavos elegidos les mostraban, por consiguiente, su agradecimiento. Nosotros, sin llegar a la delicadeza de estos esclavos, gozamos no obstante con cosas peores. Y lo más sorprendente es que en el horizonte no se vislumbra redención de nuestra alma, o quizás esta carencia sea también lo mejor que nos pueda suceder.
6
Obra y silencio. Un mundo que se funda o desfonda en el exceso de palabras es un mundo hecho sobre un almacén de antigüedades presentado al público como la pura Modernidad. Según nuestra dialéctica, la palabra-herramienta es un residuo, un desecho de la verdad del pensamiento. La palabra-valor caduca en su ser herramienta deyecta. Cierta teoría de la escritura ha querido oponerse a esta vampirización del lenguaje a través de una nueva metafísica literaria del silencio acumulador de tesoros infinitos de «significación» arrebatadora. Reivindicar lo infinito del sentido es una buena estrategia defensiva contra el ruido del mundo, pero la Obra es lo que silencia a lo excesivo y redundante en el mundo común.
7
Sobre «SuperCannes» de J.G. Ballard. Una de las más llamativas paradojas de la mejor ficción actual es lo que llamaré «la saturación del sentido marginal» para relatar precisamente la ausencia de sentido total. El detalle significativo aparece en función del sinsentido de lo que se cuenta. La superficie del texto se satura de referencias minuciosas pero menores cuando el mundo como un todo ya no tiene ningún sentido operable. Se trata de una «escritura holográfica» en la que cada detalle contiene ya por anticipado la totalidad y cada dato innecesario prefigura el conjunto. La propia trivialidad estereotipada de la trama clásica de investigación, sin la cual hoy no existiría ya la novela comercial, se presenta también aquí en función de otra cosa. Al hilo de las peripecias, observaciones y juicios del narrador testigo, víctima de todas las añagazas de los demás personajes, vamos descubriendo no tanto la verdad misma, inexistente, como el proceso de la imposibilidad de llegar a ella.
8
Ajuste de cuentas metafísico. Lo que más alcanza mi centro espiritual en los cuentos mayores y relatos cortos de Tolstoi es una cosa muy simple y conmovedora, que la literatura contemporánea raramente ha conseguido vislumbrar con tanta perspicacia salvo en raras iluminaciones. Si el relato acaba en la muerte es porque desde ella se ilumina la vida. El modo de morir dice tajantemente lo errado del modo de vivir. Pienso en «Divino y humano», «Cuánta tierra necesita un hombre» y en esa joya única que es «La muerte de Iván Ilich», relato en el que muy por anticipado está declarada toda la verdad del discurso existencialista.
9
«Game is over». Del mismo modo que el sujeto moderno tuvo que producirse a sí mismo como fundamento del mundo, hoy, cuando el mundo como un caballo desbocado se niega a ser lo que él se representa y quiere que sea, realiza un último gesto desesperado: volverse otro, devenir otro, pero sólo bajo la condición de que ese otro sea producción de sí mismo para así continuar el viejo juego como apoderado del ser, en cuanto pura identidad especulativa complaciente que juega consigo misma. El sujeto nunca supera el estadio del espejo metafísico, precisamente porque él mismo es ese espejo y no puede ser otra cosa como sujeto.
10
¿Y si la cultura de masas fuera una forma de esquizofrenia? La esquizofrenia puede alcanzar la condición de un estado sistémico cuando la desimbolización ha llegado al límite de la insignificancia por sobresignificación forzada. El esquizo es el que ha sustituido la representación de la cosa por la representación de la palabra. La enfermedad resulta de una total trasparencia entre la cosa y la palabra, hasta el punto de que las palabras se convierten inmediatamente en las cosas significadas. Pérdida, por tanto, del dualismo simbólico, la realidad indiferenciada es absorbida íntegramente por un lenguaje que realmente ha dejado de serlo. Freud: «En la esquizofrenia quedan sometidas las palabras al mismo proceso que forma las imágenes oníricas… Las palabras quedan condensadas y se trasfieren sus cargas unas a otras por medio del desplazamiento. Este proceso puede llegar hasta conferir a una palabra, apropiada para ello por sus múltiples relaciones, la representación de toda una serie de ideas.»
11
Principio de reversibilidad. En el reverso está la plenitud de las cosas, porque el reverso implica la aceptación de la contradictoriedad de la existencia. Sólo esta admisión incondicional del reverso de todas las cosas justifica la existencia. El hombre «común y corriente», el que ha establecido el sistema de todas las valoraciones morales hoy dominantes, escinde esta condición seleccionando lo que se le acomoda. Por tanto, este tipo de hombre será una especie escindida que vive en el rechazo y del rechazo del reverso, lo que supone una represión ontológica pura y simple, la prohibición implícita de conferirle al principio de reversibilidad que rige el mundo un valor interpretativo (Nietzsche, «La voluntad de poder», 876)
12
Tu libertad te juzga. No creo que nadie pueda despreciarnos tanto como nosotros mismos somos capaces de menospreciarnos, sobre todo inconscientemente, a través de lo que hacemos con nuestra «libertad». Nadie puede darse tantas razones para odiarse como uno mismo.
13
¿Quién es el animal doméstico? El hombre mira al perro y tal vez piensa: «¡Qué pereza ser perro!» El perro observa al hombre y tal vez concibe: «¡Qué hastío ser hombre!»
14
¿Y si el mundo existiera para ser imaginado y no sólo vivido, pensado y calculado? La imaginación es el conmutador de las demás facultades espirituales: éstas se apagan o se encienden según medida y dictado de la imaginación. O con otra analogía: si el alma fuera una trama hecha de hilos de diversos colores y varias calidades, el dibujo secreto o latente lo crearía la imaginación, que sería entonces el verdadero hilo conductor del alma. Y quien afirma esta verdad sobre la imaginación, reprimida siempre por el pensamiento formal de una racionalidad irrisoria, afirma nada más que el puro ciclo del aparecer-suceder-desvanecerse del tiempo que nos constituye.
15
Tus juegos nos ofenden. Quien rechaza la vida consciente, está poseído por el instinto de muerte, pero quien rechaza el principio de realidad, ¿está poseído por el principio de placer? Quizás por eso la muerte siempre está merodeando por los juegos de los niños, pero sobre todo tiende a apoderarse de los juegos de los adultos, al menos de los que saben ser niños todavía, de otra manera más insidiosa.
16
Sí, realmente el consuelo es cosa de tontos. No entiendo por «libertad» más que la decisión, el acto y la obra por los cuales uno les hace saber a los otros que no es lo que ellos esperan que sea, que no se convertirá en lo que ellos desean que sea.
17
Pulsiones. Lo que mueve a algo, sea lo que sea, pongamos «un impulso», no es bueno ni malo: su fruto, lo que se llama «vicio» o «virtud», es lo que calificamos muy a la ligera como bueno o malo. Pero antes que el fruto, está la semilla y ésta es por completo indiferente al juicio moral, está plantada en un más acá o en un más allá del bien y del mal. Y luego, con el fruto se hace lo que uno quiera hacer. La moral occidental, desde su origen hasta hoy, es una moral del juicio moral, puramente intelectualista, contemplativa, una moral hecha desde la óptica de un sujeto pasivo, y, salvo en autores como La Rochefoucauld y Nietzsche, jamás se ha practicado una moral teórica basada en un sujeto activo, pulsional, que es el que «produce» los actos morales, los vicios y las virtudes, si así queremos llamar a todo lo que es movido por otro.
Da igual cómo se entienda ese «algo que mueve», siempre es algún impulso o «pasión», algo que empuja afuera porque desde dentro empuja a uno mismo a algo, determina la «tendencia», el «intentar» que es intención del acto. Moralmente somos movidos por impulsos que padecemos como «pasiones». Ahora bien, en sí mismos impulsos y pasiones son neutrales, inclinan, tienden, pero esta misma inclinación y tendencia también es por completo neutra, sólo la exterioridad formal de una ley moral y la pereza intelectualista del juicio moral contemplativo enuncian un bien o un mal que son extraños en esencia a lo que realmente constituye el motor inmóvil de la moral, un núcleo secreto de verdad determinado por una naturaleza que ningún orden social puede aniquilar ni mermar. Carácter, temperamento, pasión, instinto, capricho, humor, genio, voluntad: nombres vacíos para designar la incógnita suprema y última de lo que nos lleva al movimiento del ánimo.
Si lo que ha prevalecido conceptualmente ha sido el juicio, la razón y la voluntad «racional», ello se debe a la exigencia esencialmente «política», siempre obedecida sin discusión por los hombres del «saber recto», de crear, formar y adiestrar seres normalizados, previsibles, aplanados en una medianía calculable de la que se ha erosionado previamente toda la oculta dimensión caótica en la que el hombre se encuentra atrapado. Pero para poner un orden, un cierto tipo de orden en ese «caos» del alma, ha sido necesaria la erradicación de lo que nos hace verdaderamente humanos: el gusto sublime por el riesgo, la fe de hierro en el puro existir expuestos a un tiempo finito que se consuma y quiere consumirse siempre por adelantado, haciendo don de sí mismo.
18
Déficit de ser. Se llega a la estimulación cuando ya no hay estímulos: la hipestimulación como efecto de la solicitación sin descanso es como estar obligado a mantener una erección sin verdadera «libido», tener ganas de algo pero sin saber qué, estar saciado pero seguir dominado por un apetito que ningún manjar podría saciar. Este estado no se parece a nada conocido, y sin embargo, eso y nada más que eso, anhelo, voluntad, deseo, inquietud es el hombre, tanto «más hombre» cuanto más desviado hacia esta extraña dirección en la que su ser se fatiga interminablemente a través de prolijas ideaciones de lo posible. De este desequilibrio originario y radical algo debe originarse, algo debe devenir, algo tiene que superarse, pero siempre en el mismo sentido: incremento o disminución no tienen sentido para este ser a quien sólo colma la obsesión misma de su déficit de ser y la larga marcha en la persecución de su sombra.
19
Heterosexualidad. El bastión del dominio del Esclavo: la heterosexualidad, no la simple reproducción biológica de la especie como medio para la producción del Esclavo. ¿Qué papel desempeñaría la homosexualidad en una cultura en la que «la moral de los señores» fuera la moral dominante? El «eros» como «agon» sólo puede abrirse en plenitud en la relación entre hombres, pero este agonismo en la cultura dominada por la heterosexualidad obligatoria impuesta por «la moral de los esclavos» ha sido trasferido a la competencia entre hombres por un objeto que degrada el principio mismo de lo masculino, experimentado en «la moral de los señores»: la mujer. El fin de la cultura es la hegemonía absoluta de la heterosexualidad dirigida a la mujer: no es raro, por tanto, que al final del proceso de civilización bajo las exigencias de un capitalismo que es la pura expresión del ideal esclavo del «servicio completo» al «liberar a la mujer» de la esfera privada, la cultura, en cuanto objeto cultual público, se afemine y todos los valores «femeninos» pasen a un primer plano (Marco Ferreri, «Adiós al macho» y Federico Fellini ,«La ciudad de las mujeres»): el eros agonístico, como elevación del hombre, desaparece y su vacío ya no es llenado por nada.
20
Mujer experimental. La mujer occidental actual vive a expensas de su poder de realizar el ser ajeno, sacrificándolo en aras de realizar el ser propio. Esta podría quizás ser una manera banalizada de expresar el sinsentido del aborto como norma social de comportamiento aceptable. La mujer occidental, que en modo alguno es «la mujer en sí» y menos aún encarna una clase de feminidad cualquiera, en absoluto «ideal», es el tipo histórico tardío de una humanidad experimental que se lo ha jugado todo a una sola carta: la carta de un destino sacrificado a la ausencia de destino, humanidad que se destemporaliza incluso en un plano puramente biológico.
21
Intimidades. Cuanto más pobre se va haciendo la intimidad, más celoso se vuelve uno de ella: es como si la pérdida de toda pasión auténtica tuviera que compensarse con la forma vacía de toda pasión, esto es, el celo y su parafernalia, la preocupación avasalladora por protegerse y desocupar el mayor espacio disponible para preservar la poca intimidad en que ha acabado por refugiarse una existencia que, propiamente hablando, no es ni privada ni pública. En esa trasparente intimidad uno sólo busca perderse, desaparecer, borrarse: todo cambio en la corriente de los afectos es desequilibrio sobre el que hay que dirigir una y otra vez todas las fuerzas de la atención para que no llegue demasiado lejos su conocido impulso hacia el vacío.
22
Trato mundano. Hay maneras de aprecio y estima que son peores que las manifestaciones del menosprecio y del desinterés profundo por los demás. Sentirse menospreciado de esta forma tan sutil y caritativa, tan condescendiente y despreocupada es más hiriente que el menosprecio abierto y ofensivo.
23
Síntoma preocupante. El simple contacto con las personas me produce un extraordinario malestar, una insatisfacción que fácilmente se trasforma en consternación: en el trato mundano al que estoy obligado siento como si me asomara a un pozo desde cuyo fondo proviniese el ruido de las cadenas o el silbido de las serpientes. Algo no marcha en la percepción que siempre he tenido de las personas, un exceso o un defecto de impresionabilidad ante el caos, el vacío, la desorientación, el desarraigo, la ausencia de integridad, la pequeñez autoexhibida y complaciente del mundo interior. Todo junto me vuelve insoportables a casi todas las personas que he encontrado y da igual la opinión que haya llegado a formarme de ellas, incluso el afecto o la simpatía, la inclinación que haya podido manifestarles, nada cambia en este trasfondo de duda inquietante con que siempre se me presenta y se me representa el otro.
24
«Realización personal». La normalización extrema del estándar humano, esa norma saturada de sí misma, esa restricción de la vida es la forma que adopta en la sociedad moderna el rechazo de la fatalidad del puro hecho de existir: todo lo que conlleva esa fatalidad, la diferencia que pone en el mundo cada destino individual que se toma en serio a sí mismo. Por eso se habla tanto en la actualidad de «realización personal»: hay que canalizar, pero siempre en la «buena dirección», el destino individual, no sea que haya quien llegue a pensar que su vida es algo que tan sólo le concierne a él y no hay ningún sentido «listo para llevar» que haga las veces de sentido válido para todos. Como tal sentido no está ya disponible, salvo en la beatífica falsificación de lo universal vacío que no compromete a nada, llega la hora de las rebajas en la oferta sistémica de nuevos destinos individuales producidos para satisfacer una creciente demanda, dado que la inconsciencia del nihilismo omnipresente no evita que toda su latencia biográfica en los individuos no se manifieste de esta o aquella manera, aberrante o normalizada.