Hagamos un intento superficial de análisis lingüístico para rastrear ciertas cosas políticas.
Titular de la Prensa española:
«Rajoy ordena dialogar a sus ministros».
El diálogo como orden de alguien, como imperativo, como conminación a actuar es un hallazgo verbal que daría para todo un artículo acerca del uso de la lengua española en los medios de comunicación.
¿Se puede ordenar que la gente dialogue? ¿Por qué cabe enunciar esta frase sin percatarse del efecto irrisorio?
Cambiando el contexto persiste el efecto:
«El profesor ordenó que Pepito y Pepita dialogasen».
Se sobreentiende que tras una pelea con ofensas e insultos puede tener un sentido propio, pero no aislada de contexto.
Ni siquiera en un contexto de auténtica relación de mando/obediencia jerárquica la frase tiene un sentido propio:
«El capitán ordenó a sus soldados García y López que dialogasen…»
¿El diálogo entra en el campo de lo ordenable? Incluso si el sujeto fuera Dios mismo y se enunciara algo así respecto de una relación de libre reciprocidad aparente, de la misma naturaleza que el diálogo:
«Tras crear el mundo, Dios ordenó a sus criaturas que se amasen…» o bien «Dios ordenó amarse a sus criaturas».
Es tal la ironía implícita de la frase sobre Rajoy que sólo puede pensarse que el redactor quiere burlarse del sujeto de la misma atribuyéndole una capacidad (el ordenar) que le sobrepasa con mucho y para conseguir el efecto está dispuesto a distorsionar la lengua.
Jesús sí dijo: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado».
Pero no es una orden ni un mandato, aunque tiene la forma verbal del imperativo. Es una exhortación, un animar a que algo se lleve a cabo y se realice en los términos y en las condiciones adecuadas. Este tipo de expresiones ha dado quebraderos de cabeza a los lingüistas, por extraño que parezca.
Por otro lado, gente como Rajoy en el ámbito político (y otra mucha gente en el privado, amistoso o familiar), tan sólo puede «hacer como que» dialoga, es decir, simular el diálogo, porque no hay realmente ningún contenido sobre el que dialogar o se ha perdido de vista la regla simbólica de la reciprocidad, del dar y recibir.
La política española, desde luego, no se basa en ningún diálogo, porque todo lo esencial está ya previamente acordado y decidido, como en los contratos ya preparados, sino en una escenificación.
Y eso, entre tantas otras cosas, es lo que hace que la expresión que yo comentaba sea doblemente chocante. Sólo se puede ordenar dialogar donde no hay nada que «trasmitirse, intercambiarse» en un acto de reciprocidad, pero la orden es lo que cuenta: que eso se escenifique a todo trance.
Es como si el titular dijera (y esa es su verdad no dicha): «Rajoy ordena que los actores se aprendan su papel para escenificar el diálogo»…
Y exactamente eso es toda la política española, de la que el día a día queda recubierto espesamente por la «gacetilla» personalista y anecdótica de la Villa y Corte, enriquecida con las estridentes aportaciones de los Virreinatos.