Aquellos tipos tan bien vestidos tenían un acento extraño. Quizás puertorriqueño, puede que cubano, aunque podría pasar por mejicano.
No solían aparecer en lugares públicos, al menos no sin ser invitados por organismos oficiales o grandes empresas privadas extranjeras. Mostraban unos modales exquisitos, a veces acompañaban en un segundo o tercer plano a personajes que empezaban a ser conocidos por el pueblo en aquellos primeros meses de 1977, aunque por lo menos desde primeros de 1976 empezaron a proliferar por Madrid y provincias.
Casi nunca hablaban, pero estrechaban muchas manos y sonreían a todo el mundo. No llevaban gafas de sol e impecables trajes negros, como luego se les ha solido retratar, ni transportaban maletines llenos de dólares.
Todos estaban al tanto de la orden ejecutiva correspondiente. Nadie sabría nunca el nombre de uno solo de ellos, pero gente como esa “hace mundos”, como los conectores lógicos de los procesos históricos sin sustancia propia.
“Shifters” o “conmutadores” del devenir programado.
Estos hombres decían “democracy” y hoy, 40 años después, todavía hay quien emplea esa palabra en el mismo sentido y con la misma intención con que desde aquellas cuidadas bocas extranjeras expiraban el aire que no podía dar contenido a la palabra.
Quizás de estos “spiritus” o alientos vacíos procede un malestar indecible e indecidible.