Pío Moa exhibe una lucidez fuera de lo común en aspectos limitados, pese a que su pobreza sobre el concepto de democracia esteriliza una parte de su trabajo.
No deja de ser curioso que los verdaderos franquistas excomulguen de su seno a otros que no lo eran cuando ellos se colocaban en las altas instancias tan sólo por ser hijos de quienes eran hijos. Duele que alguien ponga el dedo en la llaga moral que tantos intentan ocultar.
El análisis sociológico que hace Pío Moa del homenaje a Carrillo en 2005 por todas las instancias del régimen en «Los mitos del franquismo» es un modelo que, desgraciadamente, la prensa vehicular no se atreve a hacer jamás. El debate entre Gustavo Bueno y el mismo Carrillo a raíz de la publicación de «El mito de la izquierda» es memorable, pese a las malas maneras que mostró Bueno, dejándose llevar por la pasión ante tanta impostura. Está en You Tube y merece la pena verlo.
Pío Moa da una imagen del franquismo que es sustancialmente correcta, o por lo menos, se acerca a lo que históricamente fue percibido por quienes lo vivieron como observadores desapasionados (no hablo desde el punto de sus partidarios y sus herederos, hoy ocultos en todas partes, ni desde el punto de vista de sus enemigos vencidos y sus herederos).
Yo formo parte de una generación, la de los nacidos entre finales de los años 60 y primeros 70 que creo que está formada por los primeros españoles en poder ver las cosas de otra manera, con una distancia no afectada por partidismos familiares hereditarios que intentan hoy reproducirse.
Otra cosa es que en su explicación de la transformación del régimen franquista en la supuesta «democracia liberal» comete el gravísimo error de detener ahí su revisionismo. Donde empieza el trabajo de Trevijano, termina el de Moa.
Éste acepta la partidocracia actual como un régimen verdaderamente democrático que debe ser «corregido» en lo referente a la estructura política territorial y atestigua también la necesidad de una estrategia conservadora sobre la familia y de la educación, sobre la inmigración y el multiculturalismo, además de hacer una crítica sólida sobre el espíritu pacato de nuestro vulgar europeísmo.
Moa es en definitiva uno de los pocos derechistas inteligentes que piensa políticamente en el sentido «schmittiano» de la palabra: sabe distinguir amigo/enemigo, pero la derecha oficial tiene otros asuntos de qué ocuparse. Todos quieren cumplir los 50 años retirados de la política y con una sólida fortuna personal dudosamente lograda, como su patrón aznariano de referencia y, claro, eso es incompatible con la decisión política, el coraje y todas esas «monsergas de los viejos».
Pero la confusión y tendenciosidad de Pío Moa sobre el concepto de democracia institucional le resta mucha de su clarividencia, sin invalidar la enjundia parcial de algunos de sus análisis concretos que, sin embargo, no logran ver con lucidez suficiente la totalidad de relaciones de poder hoy vigentes.