¿Quién se mete en un partido en la España del Régimen vigente?
Además de los idiotas y los oportunistas, habría que visitar las cárceles y preguntar a los “presuntos” y “sospechosos”. Otra gente más presentable no se acerca a un partido político español ni con máscara antigás. Felipe González acaba de declarar que la “corrupción española” es un “mero descuido generalizado”. Bizarría lozana y chulesca de quien conoce, porque él mismo los ha creado, los entresijos de la cosa pública española. Y por supuesto, una declaración que hay que acoger con la máscara antigás tóxico puesta.
No. La primera corrupción, institucional, es el hecho mismo de que existan “estos partidos” y que la gente sepa perfectamente lo que son y para lo que sirven y se meta en ellos y los vote y todo sean sonrisas, porque las lágrimas no nos conciernen. Corrupción mental, intelectual, vital que es la reproducida por toda opinión inconsciente de la verdad sobre la que se manifiesta.
Todos los artículos que se publican en la prensa española, incluso los menos malos, son como sales de bicarbonato para un cáncer de estómago. Qué bello escribir “críticamente” sobre un partido “nuevo” sin decir ni una sola cosa nueva, que adopta el enfoque marciano de quien, según parece, no se atreve a describir el sistema institucional que produce las prácticas, los discursos y las personas.
Porque se necesitan “individuos” entrenados que sean partícipes y cómplices silenciosos del delito futuro planeado en los órganos del Poder político, y los partidos son el campo de la selección del personal por todos y de sobra conocido, cuyo modelo sin duda se encuentra ahora declarando en algún Juzgado, el Guerrero andaluz, el Granados madileño y el resto de la especie bien repartida, creciente y rozagante en Cataluña y en Andalucía.
El Partido político español, ¿qué es ese ente en tanto que cosa política? Una Institución, la nuclear, de un Sistema político, puesto que en su seno se incumba y luego oclosiona el Huevo podrido de la Burocracia política que controla todo el Estado. La Institución por antonomasia. La Cosa, literalmente. Y la Causa de todos nuestros males, pasados, presentes y mucho más futuros.
Tengamos el valor de enfrentarnos a nuestra memoria histórica personal.
1982. Se nos prometió el «Cambio» de mano del PSOE: catorce años de despotismo administrativo, necedad institucional, corrupción galopante en todas las instancias del Estado, «desarrollo autonómico», venta por piezas del Estado industrial del franquismo y es sólo un aperitivo.
1996. Se nos prometió la «Regeneración» y todo comenzó quemando los «papeles del CESID» que implicaban a la Corona y Presidencia de Gobierno en el «conocimiento directo» de asesinatos políticos ordenados y ejecutados desde las más altas instancias del Estado.
2004. No hace falta insistir en lo Desconocido o lo demasiado conocido.
2011. Promesa de una muy profunda renovación, que desemboca en inoperancia total de los poderes del Estado, deuda galopante, quiebra virtual del sistema público de pensiones, tentativa de secesión de una parte del territorio «nacional», golpe anti y pro-constitucional, empobrecimiento masivo apenas disimulado por la publicidad y la propaganda y un largo etcétera.
2018. La «verdadera Reforma» ya está aquí, y viene por iniciativa de los que huyen del Barco Ebrio de corrupción y de los mismos armadores que fletaron todos los Barcos anteriores, igualmente hundidos y siempre reflotados. Pero ni la tripulación ni el pasaje saben nada.
Todo lo publicado por los medios va en una dirección muy clara: crear un nuevo escenario organizado para simular una «libertad de elección» ampliada ante la fatiga crónica que ocasiona el Movimiento unificado de los Oligarcas seniles.
Recuerdo los 70 escaños atribuidos a Ciudadanos en vísperas de las elecciones de 2015, cuando todos los directores de medios sabían en privado la verdad de los 30-40 que finalmente obtuvo.
Si se piensa que no hay objetivamente criterios para el voto, dado que éste no selecciona ni elige candidaturas individuales sino partidos en bloque y que la mayor parte lo sabe perfectamente y lo acepta con extraña autosatisfacción, entonces se comprenderá que los sondeos actúan psicológicamente en los Estados de Partidos como un refrendo de la opinión fabricada que de antemano elimina toda formación «autónoma» de criterio. Dado que el elector es un funcionario del voto, no cabe exigirle esa irritante «autonomía moral» que se enseña en los manuales de Ética y tal.
Así al votante se le engaña con su autocomplacencia tres veces: a través de los sondeos, en el acto mismo de votar y mediante la formación de un Gobierno que en realidad tampoco ha elegido por verdadera mayoría, realidad esta última cuya evidencia es la que ha empezado a despertar entre bostezos a cierta masa compacta y heterogénea de la llamada «derecha sociológica».
No hablo de «programas de gobierno» y evoco el engaño de las consabidas «infidelidades», porque en realidad jamás ha habido tales cosas más que en la muy quijotesca fantasía del votante español.
Veamos cómo tras la «desactivación» acordada de la «ofensiva secesionista» se ha producido el apagón informativo y a continuación se ha organizado la promoción de Ciudadanos como alternativa más operativa para efectuar algunos de los propósitos de la «agenda secreta» del Régimen. Al tiempo que Podemos cumple el trabajo de encargo de agitar un poco la calle para preparar las elecciones.
En una vida política congelada, casi sovietizada, sondeos electorales y manifestaciones callejeras (siempre organizadas por alguna facción del Estado si no directamente puesta en escena por los servicios de inteligencia) actúan como desengrasante de las conciencias poco escrupulosas.
El votante y el Régimen son como esos ludópatas que creen que lanzando una vez más los dados al mismo número y al mismo color podrán conseguir hacer saltar la banca. Todos fingen ignorar que un golpe de dados jamás abolirá la falta de libertad.
No hay oposición organizada al Régimen y eso debiera ser lo preocupante ante la evidencia de que su perduración va a ser mucho más trágica de lo que nadie imagina, porque de hecho ya lo es.
La experiencia histórica nos dice que el cambio político se corresponde con cierto instinto de supervivencia en planos superiores a los de la mera reproducción material de la vida. Es un mito lamentable la representación mental de que los cambios políticos proceden de la masa inerte y depauperada. Proceden siempre de los acomodados y cultivados, cuando alcanzan conciencia de que los poderes heredados ya no les sirven para sus fines vitales.
A partir de ciertos conocimientos, cierta pasión y cierta capacidad de sustraerse a un espacio público altamente intoxicado, por no decir envenenado, es posible adentrarse en lo más necesario de lo necesario. Eso debe saberlo cada uno en su vida privada y en su vida profesional, pero sobre todo en una real vida pública que no tenemos, porque está fuera de nuestro control.
Ésta, con ser una sociedad que vive a resguardo de lo que la atropella quizás por una inveterada interiorización colectiva de lo inevitable, es una sociedad a la que cada pseudo-acontecimiento, suceso, episodio, por anecdóticos y triviales que sean, sirve para dis-traerse de lo necesario, como quiera que cada uno lo interprete.
Más sana debe de encontrarse esta sociedad de lo que un primer diagnóstico estaría dispuesto a aceptar si el día a día de las rutinas que se le ofrecen como «gobierno» y «política» (ya no se puede leer la prensa, ni seguir una tertulia, ni ver un telediario sin consternación rápidamente asumida con un «pasar a otra cosa» que vuelve a llevar a lo mismo que reaparecer trasvestido de mil maneras) no evocaran en muchos la sensación de desvanecimiento del «espíritu público» despedazado y convertido en pitanza para paladares poco exquisitos.
La consigna del Régimen, interiorizada inconscientemente, ha sido ésta: «Si yo estuviera en su lugar, haría lo mismo». Pero en realidad esto sólo se manifiesta así porque la clase política española entera ha sabido producir un consenso social en torno al cual la corrupción goza de una alta estima.
Una inversión moral que es la verdadera fuerza constituyente que permite el funcionamiento del Régimen y propicia el voto masivo, que no es nada más que aclamación olímpica a los campeones, a los que se llevan la medalla de oro, literalmente. La cuestión de verdad es la que plantea como opción. Hasta que una parte muy significativa y cualificada no tenga las luces morales necesarias, y eso es virtualmente utópico, habida cuenta del estado del sistema de instrucción y de los medios de comunicación de masas, todo perseverará en la misma dirección.
A medida que el personal vaya descendiendo peldaños de categoría cultural, de competencia profesional y técnica, hoy ya reducidos a estándares muy inferiores a los europeos, la propia población, en vez de elevarse, irá descendiendo al mismo compás que le marque ese negociado de la negación del espíritu público que es la televisión, la radio y la prensa española, cuyo funcionamiento se suele subestimar, porque hoy es el punto de apoyo arquimédico con el que los peores elementos todavía sostienen a esa clase política. Imagínense, por un momento, unos medios de comunicación libres y con un enfoque libre de las cuestiones vitales…
Con toda evidencia hay una presión interna al bloque de poder para liberalizar la oferta electoral, en la creencia, apenas velada, de que por este procedimiento todavía resulta hacedero contener el desgaste del ya vetusto régimen partidocrático.
Los analistas políticos creen que se puede seguir manteniendo la ficción de la partidocracia como si no sucediera nada, como si esta multiplicación de la oferta electoral no fuera otra cosa que el medio más contradictorio y autodisolvente para la instalación en los poderes del Estado de un grupo cada vez más minoritario, más endogámico, más clausurado sobre sí mismo, más desconectado de los intereses generales, más cerrado a todo espíritu público, condiciones todas que, paradójicamente, le van haciendo perder la ya muy escasa legitimidad que tiene a través de la ficción representativa.
No querer darse cuenta de que, por muchas convocatorias electorales que se hagan, por mucho que intenten despistar con esta dispersión del voto en cuotas del 15-25%, lo único que conseguirán es ir aumentando la impresión de inutilidad de los partidos en el acto mismo de votarlos, pues las mayorías del sistema proporcional exigen un nivel de corrupción en el reparto todavía mayor, y ya nadie está contento con su pequeño espacio de colocación y manejo presupuestario.
Cuantas más “familias” se reparten un territorio de ilicitud, clandestinidad y extorsión, más se multiplican las luchas y más claramente se exhibe la exigencia de la resolución expeditiva entre diferentes facciones. Un bloque oligárquico puede sobrevivir con tres facciones, de las cuales una sea la dominante temporal a cambio de mantener a las otras en situación de patrimonialización estatal compartida, pero es mucho más difícil organizar la dominación de partidos sobre la base de cuatro o seis facciones con cuotas electorales muy ajustadas entre sí.
Los estrategas del Régimen, sus eminencias grises, suponiendo que existan, quizás hayan llegado a la conclusión de que tal vez la garantía de perduración de ese bloque oligárquico, en el que se vuelven cada vez más borrosas las oportunidades del turno y sus escenarios de simulación por el cambio de personal, ya sólo pueda mantenerse en esta modalidad de pluripartidismo para última satisfacción de un electorado que aún no descubre la añagaza que se le tiende en cada ampliación de la esfera partidista.
Las dos señales externas más reconocibles de esta implosión a cámara lenta de un sistema político extenuado:
Por un lado, las disfuncionalidades que socavan a un régimen político se podrán encontrar en que todo lo que normalmente no es sustancia conflictual de lo político se acaba por trasformar en objeto vehemente de la política;
Por otro lado, en la debilidad de un régimen político se exhibe con claridad el hecho de que su clase dirigente pierde el sentido de la orientación y ella misma presume su final evocando alternativas ensoñadoras a sí misma.
La electricidad, las cláusulas hipotecarias abusivas, la financiación autonómica, la quiebra virtual del sistema público de pensiones, todo ello mezclado oportunamente con la negociación secreta de la secesión catalana y la reforma constitucional, entre otros asuntos que van a ir apareciendo en esta larga resaca tras la orgía que va ser el final agónico del Régimen del 78, son como las huellas de los delincuentes torpes. Nada de eso, en apariencia, es “político” pero todo indiferenciadamente lo es, así se presenta a la opinión pública, y así todo se convierte en objeto de la política consumida como publicidad, además de ser eminente materia gubernamentizable.
Durante este éxodo de cuarenta años en el desierto, la resolución siempre ha sido provisional, aleatoria, irresponsable, sin horizonte temporal. Lo abierto de la indecisión es el estigma de poderes ilegítimos, usurpadores y corruptos: carecen en el fondo de autocertidumbre y seguridad en todo cuanto hacen, porque saben que allí donde pongan pie pisan el filo más delgado y cortante de la ilegitimidad.
Mucha gente cree que es incompetencia involuntaria lo que padece nuestra clase dirigente pero no es sino conciencia clara de bastardía y de ilegitimidad de origen. De ahí que siempre tengan la palabra “democracia” en la boca: invocación mágica, ceremoniosa y ritual al origen legítimo del que carecen.
El sedimento de lo irresoluble y de lo indecidido se queda como un poso o un peso muerto en una sociedad mitad desengañada mitad autosatisfecha, pero a la que tanto plomo va haciéndole cada vez más pesadas las alas para una libertad en la que no cree.
Lo gubernamentizable está aquí definido en el sentido de la gestión-legislación-regulación como sustitutivos de una gobernación imposible, pues para esta clase dirigente no existe el horizonte del largo plazo y la previsión de acontecimientos y consecuencias, como al parecer le ocurría al juvenil monarca, a quien las historias inconclusas de las amantes deja como al emperador desnudo, ahora literalmente, analogía que es mucho más que una “boutade” entre cínica y esperpéntica.
Me temo mucho que este final de Régimen cogerá a nuestra clase política poniéndose los calzonzillos y, a aquellos que por condición y gusto lo prefieran, quizás las braguitas.